Franz Beckenbauer, el Kaiser que se hizo del Bayern por una bofetada

Franz Beckenbauer cambió el fútbol. Su forma de entender el juego, su talento y su capacidad de liderazgo le convirtieron en una leyenda tanto del Bayern -club que no se entiende sin su figura- como de la selección alemana.

Sus primeros pelotazos los dio en una Alemania tan hundida que en su familia apenas tenían agua caliente para él y su hermano Walter cuando regresaban de jugar partidos en la calle. El padre de Franz trabajaba en correos y la madre cuidaba de los dos niños. Beckenbauer reconoció en un reportaje: “Los valores que nos dieron nos sirven hasta hoy, porque no teníamos nada”.

Franz Beckenbauer empezó jugando hasta de portero a pesar de que no era muy alto de niño. El padre, de hecho, le llamaba “achaparrado”. Era un chaval tímido y nada hacía presagiar sus condiciones como capitán sobre un terreno de juego. Hasta los sesenta, el club más potente de Múnich era el 1860 Múnich. Todos los jóvenes aspiraban a jugar en él. También Beckenbauer hasta que en un amistoso con su primer club -el SC 1906 Múnich- un jugador del Múnich 1860 llamado Gerhard König le dio una bofetada. Desde ese momento se prometió nunca jugar para ese equipo y un año más tarde se incorporó al Bayern, que entonces estaba en Segunda.

La generación formada por Beckenbauer, Maier y Müller -entre otros- convirtieron en poco más de una década al Bayern, hasta entonces una modesta entidad bávara, en el mejor club del mundo. Entre 1966 y 1976 Beckenbauer logró con el Bayern cuatro Copas, cuatro Bundesligas, una Recopa, tres Copas de Europa y una Intercontinental.

Su estreno con la selección en una gran competición le llegó con apenas 20 años. En el Mundial de Inglaterra sorprendió al mundo por ser el primer centrocampista de corte aparentemente defensivo pero con una extraordinaria capacidad de llegar con peligro al área rival. Anotó cuatro goles durante el campeonato y fue el mejor de aquella Mannschaft que perdió la final ante Inglaterra 4-2. En el último encuentro del torneo él y Charlton se anularon en el centro del campo por orden de sus respectivos entrenadores.

Para el Mundial del 70 Beckenbauer siguió liderando una selección que proponía un juego muy alegre e incluso hasta temerario. Tanto fue así que debió remontar en la primera fase a Marruecos y Bulgaria. Sus dudas defensivas no les impidieron eliminar en cuartos a Inglaterra vengando lo de cuatro años atrás -en un choque que acabó 3-2 y en el que el 1-1 lo firmó Beckenbauer-. En semifinales, el ya conocido como Kaiser protagonizó una de las imágenes del torneo al disputar toda la prórroga ante Italia con el brazo derecho en cabestrillo para no dejar a su equipo con uno menos dado que ya habían agotado los dos cambios. Llevaba lesionado desde el minuto 65 tras una falta al borde del área italiana: “Disparé y en ese momento mi visión se volvió negra. Un dolor violento y punzante en el hombro”, contó después. Al caer al suelo se dislocó el hombro. Hasta el Evening Standard resaltó que “el jugador de Múnich abandonó el campo como un oficial prusiano herido, derrotado pero orgulloso. Uno de los mejores jugadores de este Mundial fue homenajeado en cada paso”. Alemania cayó 4-3 en la prórroga, pero acabó tercera al imponerse a Uruguay 1-0 en la final de consolación.

En 1974 la RFA era la anfitriona y también una de las grandes favoritas. Dos años antes había levantado la Eurocopa ante la URSS y contaba en sus filas con dos Balones de Oro como Müller y Beckenbauer. Sin embargo, el camino no resultó tan sencillo como se esperaba. En el último partido de la primera fase sufrieron en el Volksparkstadion una de las derrotas más inesperadas y politizadas de la historia del fútbol ante sus vecinos de la República Democrática de Alemania. Esa derrota hizo que Beckenbauer liderara lo que se conoció como el “Malente Geist” (“Espíritu de Malente”). En el espartano centro de concentración de Schleswig-Holstein donde se encontraba vigilada la selección -amenaza por los terroristas de la RAF entre otros grupos- el Kaiser reunió a sus compañeros para conjurarles antes de la fase definitiva. Funcionó. Ganaron a Yugoslavia, Suecia y Polonia para acceder a una final en la que ni la Naranja Mecánica de Cruyff pudo con la fe de los alemanes.

Beckenbauer todavía disputó una final de Eurocopa más (1976, perdida ante Checoslovaquia) antes de marcharse al Cosmos de Nueva York para hacer más dinero, escapar de las acusaciones de la Hacienda germana y, de paso, para que Warhol le hiciera un cuadro y vivir el sueño americano. Allí disfrutó del fútbol junto a su amigo Pelé antes de regresar a Alemania para ganar su última Bundesliga con el Hamburgo en 1982.

Siempre fue un personaje muy sincero. Una vez acabó su carrera, el propio Beckenbauer reconoció en unas declaraciones polémicas que en los setenta era normal que se inyectaran vitaminas y lo que le dijeran los médicos y que él mismo se hizo autotransfusiones de sangre para mejorar su rendimiento.

Los banquillos le tentaron una vez colgó las botas y fue llamado de urgencia cuando todavía no tenía ni el título de entrenador para liderar a una selección alemana en proceso de reconversión en 1984. Su capacidad de liderazgo consiguió que un conjunto con muchas menos estrellas fuera capaz de alcanzar la final del Mundial del 86, las semifinales de la Eurocopa del 88 y, por fin, ganar su tercer Mundial en 1990. Beckenbauer se convirtió en el segundo técnico en lograr un Mundial como jugador y entrenador tras Zagallo (luego se sumaría Deschamps).

Su ayuda al fútbol alemán y al Bayern se prorrogó como directivo. Medió para que Alemania albergara el Mundial de 2006 y también contribuyó decisivamente a la tiranía del conjunto del Allianz Arena en la Bundesliga. Todavía se puede encontrar por youtube una arenga como presidente del Bayern en términos muy duros en la que, tras una derrota, a peloteros como Kahn, Elber, Effenberg o Salihamidzic les decía que habían jugado como “el equipo de veteranos de Uwe Seeler” y que debían “cambiar de manera de jugar totalmente o de lo contrario sería más sensato que cambiaran de profesión”. En el mismo video se ve a Kahn resignado reflexionar a posteriori: “Claro que estábamos enfadados al escuchar eso, pero… es Beckenbauer, el mejor jugador alemán de todos los tiempos. Le enseñaremos de qué estamos hechos”. Dio resultado.

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