¿Puede tocar una banda sin director de orquesta? A mediados de los años 80, y especialmente tras el Mundial del 86, la Asociación Uruguaya de Entrenadores de Fútbol (Audef) reclamaba la creación del cargo de director general de fútbol a la Asociación Uruguaya de Fútbol.
En diciembre de 1987 los técnicos dieron un último aviso antes de que empezara a disputarse la Liguilla Pre-Libertadores, un torneo que cerraba la temporada en Uruguay en horario nocturno aprovechando el calor del verano austral.
Ese campeonato estaba previsto que comenzara en enero de 1988 con la participación de Nacional, Defensor, Wanderers, Progreso, River Plate y Bella Vista. El 11 de enero los medios ya adelantaban la firme voluntad de los entrenadores de acudir a la huelga y poco después éstos comunicaron que no se presentarían a dirigir los partidos de la tercera fecha de la Liguilla ni tampoco a los entrenamientos de sus respectivos equipos a partir de ese mismo momento. Se sumaron a la reivindicación Roberto Fleitas (Nacional), Raúl Möller (Defensor), Fernando Morena (River Plate), Miguel Ángel Puppo (Bella Vista), Gregorio Pérez (Wanderers) y Walter Roque (Progreso). Tampoco trabajarían los entrenadores que ocupaban los banquillos de Rampla Juniors y Miramar Misiones, que estaban jugando por evitar el descenso.

Es más, la Asociación de Entrenadores advirtió también que ningún entrenador se haría cargo de la selección nacional hasta que no se nombrara un Director Deportivo. En las tensas declaraciones cruzadas de esos días se llegaron a proferir declaraciones como las de Nelson Hermida, presidente de Progreso, que dijo: “¿Qué se pretende entonces? ¿Qué los dirigentes salgamos a delinquir para pagar o que nos pongamos a blanquear capitales o que vendamos drogas, como hacen en otros países?”.
Los jugadores, por su parte, no podían sumarse a la huelga de sus adiestradores porque podrían ser declarados en rebeldía y quedar inhabilitados según la reglamentación de aquella época, por un plazo de hasta dos años.
Al final, en esa jornada del 15 de enero -y en el resto de toda esa Liguilla- se resolvió que los equipos los dirigirían los propios mandatarios de los clubes, los jugadores más experimentados o por gente próxima a los distintos equipos.

Así que mientras que sus jugadores trataban de cumplir su cometido sobre el verde sin orden ni concierto, ¿qué hacían los técnicos? Comer pizza y seguir los partidos por la radio. Durante cada partido, los huelguistas se juntaban en la sede de la Asociación de Entrenadores, que estaba en la Tribuna Colombes del Centenario y allí se quedaban a tertuliar junto a otros ilustres de los banquillos uruguayos como Roque Gastón Máspoli, Luis Cubilla o Raúl Bentancor. Los goles de los partidos en el Centenario eran escuchados y celebrados o lamentados en la sala de reuniones.

La medida fue de tal envergadura que los entrenadores consensuaron ni comunicarse por teléfono para dar instrucciones previas a los partidos. Durante esos días se vivieron situaciones tan absurdas como la que sufrieron los entrenadores de Wanderers y River Plate mientras sus equipos jugaban. Gregorio Pérez y Fernando Morena se dedicaron a charlar sentados durante todo el encuentro que disputaban los suyos. Únicamente cuando el choque terminó ambos entraron para conocer si debían alegrarse o entristecerse. Peor fue lo de Omar Gárate, técnico de Rampla, que durante su partido por la permanencia contra Miramar Misiones se entretuvo contando las losas del estadio mientras se decidía su propia fortuna económica: “Si nos salvábamos cobraba y si no, no me tocaba un peso”. Su equipo, por cierto, bajó.
Toda la Liguilla de ese 1988 en el máximo nivel del fútbol uruguayo se disputó sin entrenadores. Después de esa inédita experiencia, los dirigentes cedieron y al final la Asociación Uruguaya cedió y nombró a José Luis Ayala como director deportivo. Para celebrar el final del conflicto, los entrenadores se reunieron en el Parque Batlle, compraron una longaniza y un queso e hicieron una picada. Cuando el recién nombrado Ayala alegó en el brindis que le iban a pagar poco, Cubilla -presidente de la Asociación de Entrenadores- le replicó: “Pero ganamos la huelga”.
Fuentes:
La culpa la tiene el técnico, de Jorge Señorans. Editorial Penguin Libros.