Hace frío en España en estos días, pero nunca tanto como en el páramo ártico que moldea el paisaje del archipiélago de Svalbard, donde el permafrost hace que esté prohibido enterrar a sus muertos por miedo a que sus cuerpos refloten. De hecho, si usted decide ir allí no verá la luz ni de día ni de noche hasta dentro de un mes aproximadamente. Las Svalbard son propiedad noruega oficialmente desde 1920, pero su lejanía con la metrópoli -queda más cerca de Oslo el norte de África- ha hecho que históricamente hayan estado algo abandonadas y a merced de quienes desearan instalarse en ellas. De hecho, el conocido como Tratado de Svalbard permite todavía a cualquier extranjero hacer negocio en plena igualdad con los noruegos.
La mayor de las islas que componen ese archipiélago helado es Spitsbergen y en una colonia llamada Pyramiden (la Pirámide), durante 71 años, los soviéticos montaron un tinglado propagandístico de los suyos para extraer carbón y para demostrarle a occidente lo que -a su juicio- era un mundo ideal.
Pyramiden fue fundada en realidad por suecos en 1910. El nombre obedece a una extraña formación montañosa con tal forma y que escondía un yacimiento de antracita. La extracción de carbón animó a Stalin a comprar el terreno en 1927 y a enviar en 1936 a trabajar a mineros ucranianos y rusos del Dombás. El trabajo de extracción y colonización quedó interrumpido por la invasión nazi de Noruega en 1941. Los habitantes de Pyramiden fueron recogidos por un barco canadiense y puestos a salvo hasta que pudieron regresar en 1946, cuando se marcharon los alemanes de las Svalbard. Esas islas fueron, por cierto, el último trozo de tierra del abortado Reich de los mil años de Hitler. Resistió hasta meses después de la muerte del dictador.

Durante las décadas de vida de ese complejo los soviéticos trataron no solo de sacar partido económico sino de alardear de organización. Quienes decidieran ir a trabajar a ese quinto pinto -nunca vivieron en Pyramiden más de 1.200 personas- tenían todo pagado… menos el alcohol. El Estado se hacía cargo de la educación, la vivienda, la alimentación, la calefacción y el ocio. Y el fútbol, claro. Ahora iremos a eso.
Además, sus habitantes no estaban tan sometidos al control del gran hermano porque los órganos administrativos y policiales soviéticos en el archipiélago estaban en Barentsburg. Eso sí, las normas eran estrictas y estaba castigado hasta tirar colillas al suelo.
Las instalaciones eran llamativamente amplias y cómodas para tan pocos habitantes. Había dos hostales diferenciados por sexos y unidos por un ambigú en el que los solteros podían conocerse y bailar. También había una piscina olímpica y un polideportivo bien climatizado, un teatro al que acudían con cierta regularidad afamados artistas de Moscú y San Petersburgo y un hospital que por lo visto era de los mejores de todo el territorio soviético.

Y, sí, también había fútbol. Un combinado local, cuando el deshielo se lo permitía, jugaba contra el Svalbard Turn, el equipo de Longyearbyen, la capital de la isla. No he conseguido encontrar resultados de esos singulares amistosos, pero impresiona imaginar cómo debía ser jugar a 16 grados bajo cero -eso es verano allí- y encima rompiendo el telón de acero que separaba la mentalidad comunista de la capitalista. Parece ser que unos y otros asumían con naturalidad tanto la rasca como la diferencia cultural.
¿Qué pasó con Pyramiden? No está muy claro. Según parece el carbón solo fue una excusa para demostrar el músculo comunista y cuando el comunismo se fue de Rusia ya no tenía sentido para Moscú mantener Pyramiden. En 1998 hubo problemas con la calefacción central del complejo y los 800 habitantes que sobrevivían pusieron pies en polvorosa de la noche a la mañana. Allí dejaron el busto de Lenin más al norte que jamás haya sido erigido, sus pertenencias, sus recuerdos… y los derbis con sus vecinos capitalistas que jamás se volverán a repetir.
P.S. Si este relato les ha animado a visitar Pyramiden, les doy una buena y una mala noticia. La buena es que se puede -aunque me figuro que será caro-. La mala es que para ello tendrán que ir desde Longyearbyen en motos de hielo con un guía armado con una pistola por si aparecen osos polares y una vez allí tendrán que ceñirse a las normas del único hostelero de la ciudad fantasma –un héroe llamado Vladimir Prokofiev– y así poder visitar todas las casas que no se han cerrado por riesgo de derrumbe. Vladimir, eso sí, le acompañará con una escopeta al hombro por si los osos. Usted verá si le compensa.

Fuentes:
http://www.magazinedigital.com/historias/reportajes/las-svalbard-ultimo-suspiro-urss
https://www.marcadorint.com/historias-mi/svalbard-turn-el-ultimo-club-antes-de-la-nada/
https://www.businessinsider.com/afp-arctics-soviet-era-ghost-town-seeing-revival-2015-8?IR=T
https://svalbardturn.no/historikk/
Y un corto rodado allí: