El día del cabezazo de Hierro a Dinamarca

Hubo un tiempo, ya relativamente lejano, en el que al aficionado de la selección española le preocupaba realmente la fase de clasificación a los grandes torneos. Bueno, matizo, todo lo que le puede preocupar –que es bastante poco respecto a su magnitud– a un español un equipo representativo de su Estado (España, a diferencia de otras patrias futboleras, es tierra de clubes más que de selección).

Uno de los más épicos episodios de esas épocas se vivió el 17 de noviembre de 1993 en Sevilla. Les refresco la memoria. Última jornada de la fase de clasificación para el Mundial de Estados Unidos. España necesita ganar a Dinamarca para asegurarse una de las dos plazas con premio. Los daneses, campeones de Europa, son primeros de grupo y aún no han perdido ningún partido en esa fase. En marzo, de hecho, ya habían vencido a los españoles en Coppenhague. También podrían clasificarse los españoles si Irlanda –como finalmente sucedió- no vencía a sus vecinos norirlandeses.

Clemente es el seleccionador. Sus relaciones con la prensa son tan malas que en la víspera acusa al Diario AS de haber “echado al público del Sánchez Pizjuán con ocasión del encuentro ante Irlanda del Norte”, así que prometió que si ganaba brindaría el triunfo únicamente “a mis amigos y a los que nos han apoyado”. El vasco fue silbado a su llegada al hotel de Sevilla y ante eso expuso: “respeto lo que digan, pero siguen equivocados en algo: no soy un cabrón”. Terminó Clemente su comparecencia previa guerreando más con los periodistas esperando que aquellos que “parecían tener clavadas con chinchetas las chaquetas en Dublín, cuando marcamos el primer gol, salten de alegría si conseguimos la victoria”. Por cierto, expuso en tono profético también que “ahora lo más difícil es ganar a Dinamarca, porque lo de ser campeones del mundo queda muy lejos”. Todo muy propio.

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A Dinamarca la entrenaba Richard Moeller-Nielsen, quien comparó antes del encuentro el Pizjuán con un “circo romano” en el que ellos serían los leones. La dinamita roja era favorita porque contaba con un gran elenco en el que brillaban los dos hermanos Laudrup (Michael había regresado al redil tras perderse la Eurocopa por su genio), Poulsen, Jensen, Vilfort… y Peter Schmeichel. Tanta fama tenía el portero que Sepp Piontek llegó a escribir entonces en Mundo Deportivo que “de haber contado con Schmeichel, Dinamarca habría ganado el Mundial del 86 y la Eurocopa del 88”.

El ambiente en Sevilla debió ser extraordinario. El Pizjuán se llenó, 5.000 daneses aportaron su color y en la reventa se pedían quince y treinta mil pesetas por entradas mediocres. Para rajar tras lo que sucediera tanto García como De la Morena se habían desplazado con sus equipos hasta la capital andaluza. En puntos distintos de la ciudad, naturalmente.

A las nueve de la noche el árbitro Nikakis dio el pitido inicial y once minutos después expulsó a Zubizarreta después de que éste hiciera una de las que tenía de vez en cuando regalándole un balón a Laudrup y derribándole luego para evitar que marcara. Camarasa tuvo que dejar su puesto a Cañizares, entonces un chaval de 23 años que comenzaba a despuntar en el Celta. Fue su noche de gloria, porque el juego de la selección española era horroroso. Atrincherados desde el principio (Clemente alineó a seis zagueros, con Hierro como mediocentro junto a Bakero), confiaron su suerte a las acciones a balón parado. Los daneses fallaron sus oportunidades –mejor dicho, Cañizares les desmoralizó atajando un disparo de Laudrup, un cabezazo de Poulsen y luego un gran remate de Christensen- mientras España aguantaba.

En el descanso, el entonces guaje Luis Enrique confesaba al inalámbrico de TVE –Paco Grande-: “sí, la verdad que la expulsión nos ha trastocado un poco. Desde ese momento estamos tratando de hacer otro juego y a ver si en una acción a balón parado podemos hacer un gol”.

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El gol de Hierro (Foto: El País)

 

En el minuto 63, el saque de esquina lanzado desde la derecha con tiento por Goikoetxea (que fue quien lo provocó) y rematado por Hierro pasó a la historia como uno de los momentos más épicos de la historia de la selección. Schmeichel, el portero que teóricamente le habría dado un Mundial a Dinamarca, salió con mucha torpeza, tropezó en Bakero (o le hicieron falta, qué más da) y sólo pudo mirar impotente cómo el malagueño se elevaba y clavaba la pelota en su portería con su cabeza. El gol lo contó antes Quique Estebaranz, que estaba comentando el partido junto a De la Casa después de haber sido descartado por Clemente. Años después confesó que aquello fue “una hemorragia de placer”.

Desde ahí hasta el final, los aturdidos visitantes fueron incapaces de inquietar. Los Laudrup parecían turistas perdidos y sin mapa. Al terminar, el estallido. Cañizares se dedicó a besar los postes de la portería mientras era jaleado por Zubizarrera. Kiko reconoció a los medios que un carnicero amigo suyo le va a regalar una mortadela entera que le había prometido. Inmerso en el embrujo sevillano, el entonces secretario de Estado para el Deporte, Cortés Elvira manifestaba: “nadie podrá cuestionar nunca más la sede de la selección. El espíritu andaluz es increíble. Aplauden hasta los fallos”.

Ese día todo el país pensaba que, tirando únicamente de huevos, España se podría llevar el Mundial. Luego, como durante demasiados años, caímos en cuartos. Eran tiempos de pequeñas gestas y grandes ilusiones. Ahora el público español prefiere ir a los partidos a ver a la selección dos veces campeona de Europa y una del Mundo para pitar a Piqué. País.

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