Zaire fue la primera selección subsahariana clasificada para un Mundial. Detrás de la amable y hasta en primera instancia extravagante experiencia de los llamados leopardos se esconde una historia en la que se mezclan los afanes dictatoriales del sanguinario Mobutu, la extraña figura de un entrenador yugoslavo y el desprecio de un fútbol europeo que aún veía a los africanos unos peloteros de talla menor (aunque es evidente que aquella selección tenía pocos mimbres para competir).
En 1971 Zaire era un joven estado recién independizado de Bélgica y gobernado por Mobutu Sese Seko, quien se hacía llamar “el padre de la Nación”. A Mobutu le interesaba legitimar su régimen y vio en el fútbol la oportunidad de darse bombo. En ese 1971 decide contratar a Blagoje Vidinic, quien fuera portero de la selección yugoslava finalista de la Eurocopa de 1960 y que había conseguido llevar a Marruecos al Mundial del 70 (y dar buena imagen en los tres partidos que disputó ante Alemania, Perú y Bulgaria).
Cuando Vidinic llega a Kinshasa a dirigir por primera vez a sus nuevos muchachos el panorama le resulta desalentador. El capitán Mantantu Kidumu explicó que “sólo habíamos visto jugar a nuestros compañeros africanos, no sabíamos ni entendíamos las tácticas y los estilos de juego de otros países”. En esa época la televisión en África era un artículo de lujo y youtube ni se había imaginado.
Apenas se reservaba una plaza de las 16 del torneo para la Confederación Africana, y la pretendían 24 selecciones. Vidinic mejora el orden del equipo, primando la fortaleza defensiva ante todo. Eliminan a Togo, Camerún y Ghana antes de jugársela en una liguilla final con Zambia y Marruecos. Y tan duro jugaba Zaire que tras ganarle 3-0 a Marruecos la selección magrebí reclamó que se repitiera el partido porque el árbitro fue muy blando ante las patadas de los leopardos (tal era su apelativo), que llegaron a lesionar a su estrella Ahmed Faras. La FIFA rechazó su solicitud y Zaire no tuvo ni que jugar el último partido en Tetuán. Les esperaba Alemania.
Las expectativas para el equipo de Vidinic no eran del todo malas. En marzo del 74 ganaron la Copa de África ante Zambia y los duros entrenamientos en el Parque Nacional del Lago Kivu debían permitirles competir –al menos en lo físico– con los tres cocos que le habían correspondido en desgracia en su grupo (Escocia, Yugoslavia y Brasil). Vidinic, de hecho, se mostraba exultante por entonces: “quiero decirle a todos los que van a jugar contra nosotros que no va a resultarles sencillo pasarnos por encima”. En esa misma entrevista –algo muy propio de la época- le preguntaron al yugoslavo por la brujería en su país adoptivo. Vidinic, guasón, respondió: “soy el mago aquí. Les toco en una pierna y les digo: marcarás con ella”.
Pero no. No marcaron. En el primer partido ante Escocia el 14 de junio en el Westfalenstadion no dejaron en absoluto mala imagen. Un golazo de Lorimer y otro de Joe Jordan (éste un poco cómico) en apenas siete minutos liquidaron el pleito. Pero lo peor del partido se supo después. Según el testimonio de Mulamba Ndaye –el nueve del equipo zaireño-, Billy Bremner le estuvo desconcentrado durante todo el partido al grito de “negro, negro” mientras le escupía en la cara. Algo que no debe extrañar conociendo las prácticas habituales del entonces jugador del Leeds.
El siguiente partido fue muy duro para los de Vidinic. El rival era precisamente el país del seleccionador y tanto el resultado (9-0) como la imagen levantaron indignación y estupor a partes iguales en el dictador Mobutu. En apenas 21 minutos, el (por lo demostrado en el torneo) aceptable portero Mwamba Kazadi ya había recibido tres goles de los yugoslavos. Suficientes para un tal Lockwa, representante del ministerio de deportes del país, que ordenó a Vidinic que le cambiara por otro guardameta, Tubilandu Ndimbi, que resultó ser una calamidad, pero que era el favorito del Ministro. “La primera vez que el pobre Tubilandu tocó la pelota fue para recogerla de la portería: era el cuarto gol”, es el triste testimonio del suplido Kazadi.
En la rueda de prensa post-partido Vidinic explicó que el cambio era secreto de estado, pero fuera del hotel y sin la vigilancia de los matones enviados por Mobutu que ‘protegían’ al equipo confesó el motivo de la suplencia y juró que “nunca permitiría que el gobierno hiciera cambios en mi equipo”. Para colmo de despropósitos, tras el cuarto gol encajado, las protestas le costaron la tarjeta roja a Ndaye por, teóricamente, golpear al árbitro. El golpe existió, pero no fue Ndaye sino su compañero Mwepu. La expulsión hizo llorar a Ndaye, que dijo después que “está muy claro que los árbitros son incapaces de reconocernos, pero es que ni siquiera lo intentan”.
Mientras el marcador reflejaba el 9-0 final, una carísima valla publicitaria del estadio de Gelsenkirchen reflejaba el mensaje: “Zaire-Peace”. Mobutu el torturador estaba consiguiendo, en parte, lo que pretendía. El comentarista de un canal inglés veía en la cara de Vidinic la de alguien a punto de tirar la toalla.
Vidinic aguantó. Jugándosela. Tras el partido le comunican a él y a los jugadores que el presidente les ha calificado de “vergüenza nacional” y que a diferencia de su rendimiento “el guerrero va de victoria en victoria”. Todas las ayudas prometidas les son retiradas y la propia FIFA, ante la posibilidad de que abandonen antes del tercer partido, les da 3000 marcos por cabeza como compensación. Y además el tercer partido era contra Brasil. Si Yugoslavia les había metido tres…
Desde Kinshasa le ponen una cifra: tres. Son los goles que les permiten encajar de los campeones del Mundo si quieren regresar a Zaire (o si valoran su vida). Es, por otra parte, la cifra de goles que necesita Brasil para clasificarse a la siguiente ronda sin esperar lo que deparara el Escocia-Yugoslavia. La presión que tienen los jugadores es tremenda, pero las paradas de Kazadi les permiten mantener un milagroso 1-0 (gol de Jairzinho) al descanso. Durante el entreacto, una delegación brasileña visita el vestuario zaireño y ambos acercan posturas. Los tantos de Rivelino y Baldomiro pusieron el 3-0 y entonces pasó “lo” de Mwuepu que ha entrado en la historia de los Mundiales.
El árbitro pita una falta al borde del área que podría suponer el cuarto, es decir, el castigo brutal de Mobutu a los jugadores zaireños. Mwepu ni siquiera tenía que haber jugado ese partido porque tendría que estar sancionado (fue él quien agredió al árbitro ante Yugoslavia). Cuando el de negro pitó para que Brasil lanzara la falta, el número dos de Zaire corrió como un auténtico leopardo y pateó la bola en la dirección opuesta a la portería de Kazadi. El público se rio mientras que él, por lo bajo, les llamaba bastardos. Entonces el hecho sirvió para corroborar la teoría de la inferior cultura futbolística de los africanos y de sus pobres conocimientos del juego. Lo que no se conocía entonces es que Mwepu despejaba para salvar su vida y la de sus compañeros.
Mobutu pasó página (y del fútbol) y organizó en octubre de ese año en Kinshasa la pelea Rumble in the jungle entre Foreman y Muhammad Alí. Duró 23 años más como dictador y murió plácidamente en su exilio marroquí. Hoy, de aquella Zaire no queda ni su nombre. Aún no ha vuelto al Mundial. Ni como Zaire ni como Congo.
Fuentes:
http://www.s10bar.com/el-miedo-de-zaire-durante-el-mundial-de-futbol-de-1974/
http://pitchinvasion.net/the-curious-career-of-blagoje-vidinic-bribes-bank-notes-and-balls/
http://zaire1974.blogspot.com.es/2009/04/blagoje-vidinic.htm/
Kuper, Simon; Fútbol contra el enemigo, Editorial Contra (2012)