Tiempos difíciles. Los sesudos analistas que debaten sobre la guerra en Ucrania recuerdan con frecuencia que la criminal agresión de Putin ha provocado el conflicto más importante en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Se olvidan del sufrimiento de los pueblos de la escindida Yugoslavia. De los bosnios, de los eslovenos, de los croatas, de los macedonios, de los montenegrinos, de los kosovares… y, por supuesto, también de los serbios.
En la primavera de 1999 la OTAN decidió bombardear -sin la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU- instalaciones civiles y militares de la República Federal de Yugoslavia en el marco de la Guerra de Kosovo. Entre marzo y junio de ese año -según una cifra de Amnistía Internacional- perdieron la vida unos quinientos civiles y otros novecientos resultaron heridas. La experta de Amnistía Internacional Sian Jones considera que, por ejemplo, “el bombardeo de la sede de la radiotelevisión serbia fue un ataque deliberado contra un bien de carácter civil y, por tanto, un crimen de guerra. Incluso aunque la OTAN creyese que era un objetivo legítimo, el ataque fue desproporcionado”.
Esa operación, conocida como “Fuerza Aliada”, tenía como interés acabar con el régimen militarista de Milosevic y contribuir a la posterior independencia de Kosovo. Paradójicamente, al delincuente que mejor se movió en esos tiempos oscuros, Arkan, le vino incluso bien este ataque. Željko Ražnatović, tal era su nombre, era de paso presidente del modesto Obilic, al que hizo campeón de Yugoslavia en la 97-98. De su carácter da fe un pasaje recogido en el libro de Diego Mariottini Dios, patria y muerte. El fútbol en la guerra de los Balcanes”: “Arkan se movía en el fútbol igual que en la guerra. Marcarle un gol al Obilic podría traer complicaciones. Antes de cada partido, el estadio se llenaba de hombres vestidos de negro, igual que los Tigres (su formación paramilitar). Los árbitros eran llamados a las puertas del estadio y recibían “sugerencias” sobre cómo debían hacer su trabajo. En las gradas los hinchas blandían pistolas contra los jugadores y proferían amenazas: “Si marcas no sales vivo del estadio” “Te vamos a partir las piernas, vas a tener que caminar con las manos””.

La temporada 98-99 terminó en la postrera Yugoslavia el 20 de marzo de 1999. Cuatro días antes de que empezaran los bombardeos. El Partizán ganó ese torneo tras empatar en el Pequeño Maracaná al Estrella Roja en la última jornada 2-2 y superando así al FK Obilic. Los jugadores serbios promovieron una huelga en protesta contra los bombardeos e incluso seis caras muy conocidas del fútbol español (Mijatovic, Jokanovic, Nadj, Djorovic, Brnovic y Stankovic se negaron a competir). Curiosamente, Yugoslavia y Croacia se midieron en la fase de clasificación para la Euro de 2000 y los plavi dejaron fuera a los ajedrezados, que habían sido terceros en el Mundial del 98.
Pues bien, el 7 de abril de 1999, Miércoles Santo de ese año, se vivió tal vez el episodio más singular de todos estos días tristes en los Balcanes. Para los ortodoxos el Miércoles Santo es un día incluso más sagrado que para los católicos y la religión es uno de los vínculos entre pueblos como el ruso, el búlgaro, el serbio… y el griego. El presidente del AEK Atenas de esos tiempos, Dmitris Melissanidis, decidió fletar una expedición para celebrar un amistoso en Belgrado ante el Partizán y bajo las bombas. Ni corto ni perezoso una caravana de cinco autocares con dieciséis futbolistas voluntarios así como políticos, intelectuales y dirigentes se trasladaron burlando todas las restricciones impuestas por la OTAN e incluso, se puede argumentar, el sentido común. Grecia, no olvidemos, además forma parte de la OTAN.
Tras un recorrido por la capital serbia, los jugadores del AEK ingresaron en el estadio del Partizán con una pancarta muy clara: “NATO stop the war, stop the bombing”. El encuentro, cuyo resultado es lo de menos, no terminó porque en el 68’ los hinchas de uno y otro equipo saltaron al terreno de juego para abrazarse.

Aunque el ataque aliado a Yugoslavia terminó el 10 de junio de 1999, todavía en 2022 se recuerda ese encuentro singular que hermanó a dos aficiones para siempre. Hoy, 23 años después, el AEK ha lanzado un tuit con una foto recordatoria de aquel encuentro y este texto: “Cuando AEK cruzó las fronteras de la historia! ¡Cuando AEK desafió la guerra! ¡Cuando todo el planeta se inclinó! «¡Alto a la guerra» gritamos hoy!”. El mensaje, naturalmente, no pierde su vigencia. En Ucrania, en Rusia, en Serbia… y en cualquier otro lugar.
Fuente:
“Dios, patria y muerte. El fútbol en la guerra de los Balcanes”, de Diego Mariottini (Editorial Altamarea)
https://www.marcadorint.com/historias-mi/20-anos-los-bombardeos-la-otan/