En un lugar preferente a la entrada del bonito estadio Renato Dall’Ara de Bolonia se encuentra situada una placa de mármol en memoria de Árpád Weisz que le define como un “hebreo húngaro” que fue “uno de los más grandes innovadores de su época”. Un genio del fútbol cuya vida estuvo marcada por las dificultades y los vaivenes.
Weisz nació en 1896 en Solt, ciudad situada a unos cien kilómetros de Budapest. Aunque sus padres, Sofía y Lázaro, tenían orígenes judíos se cree que la religión no era el epicentro de sus vidas ya que la familia sentía afinidad por el pensamiento positivista-socialista que empezaba a forjarse en el centro de Europa. Weisz estudió Derecho en la Universidad, aunque nunca terminó la carrera. La Gran Guerra le obliga a enrolarse en la 5ª Compañía del 32º Regimiento de Infantería del ejército austrohúngaro hasta que es hecho prisionero por los italianos en Mrzli (Eslovenia) e internado en el campo de Trapani.
Tras el conflicto Weisz comienza a trabajar en la banca y a tomarse en serio el fútbol. Juega en el Torekves de Budapest y luego en el Maccabi de Brno. Su calidad como interior izquierdo le permite ganarse un puesto en la selección húngara que jugara los Juegos Olímpicos de París en 1924 que cae sorprendentemente en octavos contra Egipto (3-0). En ese torneo coincide con Ferenc Hirzer, al que apodan “La Gacela”, y que fue el primer extranjero de la historia de la Juventus. Hirzer aconseja su fichaje en Italia y Weisz se incorpora al Alessandria, club que luego dejaría para enrolarse en el Inter. La carrera en Italia como jugador de Árpád, sin embargo, resultó corta porque en un partido en Módena se lesionó de gravedad y en 1926 -con apenas 30 años- tuvo que colgar las botas.
Weisz era un hombre ilustrado y con don para el liderazgo, así que no tardó mucho en encontrar el éxito como entrenador. Tras un breve periodo de aprendizaje en el Alessandria, ocupó el banquillo del Inter donde empezó a aplicar su versión particular de la WM, mezclando el original modelo del gunner Herbert Chapman con el toque danubiano del austriaco del Wunderteam Hugo Meisl. Su forma de colocar a sus jugadores acercó al Calcio a los cánones modernos y contribuyó decisivamente a sus éxitos posteriores. Además, Weisz fue un pionero en la preparación física e incluso fue el primero que exigió -esto lo hizo ya en el Bolonia- contar con un médico a disposición de su plantilla (el presidente Dall’Ara le ofreció a un estudiante de medicina de su importante Universidad y con eso se tuvo que conformar). Todos sus conocimientos de este deporte los compendió en su libro “Il giuoco del Calcio”, que prologó el seleccionador italiano más exitoso de todos los tiempos, Vittorio Pozzo, quien poco después -e inspirado por Weisz- llevaría a la Italia mussoliniana a ganar dos mundiales.

Fueron doce las temporadas en las que Weisz trabajó como entrenador en Italia. De su labor dan fe tres ligas -con el Inter en 1930 y con el Bolonia en el 36 y el 37-, una Copa de la exposición de París -derrotando 4-1 al Chelsea con el Bolonia-, el primer ascenso del Novara a la Serie A (1935) y, sobre todo, el descubrimiento de figuras como Andreolo y Sansone en Bolonia y el legendario Giuseppe Meazza en el Inter (Ambrosiana Inter en esos tiempos por rigores del régimen).
En 1938 la suerte empezó a torcerse para Weisz y su familia. Ese año el gobierno fascista impone el “Provvedimenti nei confronti degli ebrei strangeri”, una ley de cinco artículos racistas de los que el primero era tal vez el más explícito, impidiendo a los judíos extranjeros como Weisz “establecerse en Italia, Libia y las posesiones en el Egeo”. En ese decreto -artículo segundo- se decide que da igual la religión que el judío profese, ampliándose al concepto de “raza hebrea” a todos quienes tengan tal origen.
Centenares de miles de judíos residentes en Italia, entre ellos otros técnicos como Erno Erbstein y Jeno Konrad, pierden su sitio en el que era su país y sus hijos no pueden ni ir a la escuela. Weisz deja de dirigir al Bolonia el 23 de octubre de 1938. El último encuentro en el ocupó el banquillo fue, precisamente, un amistoso ante el Inter.
Los Weisz emigran a París, pero allí Árpád no consigue -a pesar de su caché- convencer al Lille. Cuando empezaba a perder la esperanza, Karel Lotsy, presidente del modesto Dordrecht neerlandés le ofrece una oportunidad en los Países Bajos y Weisz no duda a pensar de que su nuevo reto iba a ser evitar un descenso. Su labor en un fútbol entonces totalmente amateur fue brillante. Salvó al Dordrecht tras una promoción contra el Utrecht y luego le colocó dos veces quinto y otra cuarto. Nunca jamás este club ha llegado tan alto en su historia.
Pero estalla la II Guerra Mundial y el 10 de mayo de 1940 el Reino de los Países Bajos capitula ante el poderío de la Blitzkrieg. Y el diabólicamente eficaz Reichskommissar para ese país Arthur Seyss-Inquart se pone manos a la obra para perseguir a todos los judíos neerlandeses. La colaboración de la población autóctona de Amsterdam y Rotterdam y de las fuerzas de seguridad con los ocupantes es casi plena y, por eso, 107.000 judíos de los 140.000 que residían entonces en los Países Bajos -el mayor porcentaje de todos los países ocupados por los nazis- acaban en campos de concentración. Entre ellos los Weisz.
A Árpád y su familia le colocan una “J” en su documento de identidad y el 29 de septiembre del 41 el comisario de policía de Dordrecht le dice al presidente del club que Weisz no puede entrenar más porque su continuidad en el banquillo “puede ocasionarle graves daños”.
El último capítulo de esta historia triste empieza en agosto del 42. Los Weisz son detenidos y enviados a Westerbork, en el norte de los Países Bajos. Desde allí parten el 2 de octubre a Auschwitz para no regresar jamás. Ilona -mujer de Weisz- y sus hijos Roberto (12 años) y Clara (8 años) son enviados directamente a las cámaras de gas de Birkenau el 3 de octubre. Árpád, ajeno a la desgracia, se cree que les sobrevive haciendo trabajos forzados en Kozle -Alta Silesia- hasta su muerte el 3 de enero de 1944. Tenía solo 47 años.
En su libro “L’Allenatore ad Auschwitz”, Giovanni Cerutti opina que Árpád Weisz pudo haberse convertido en el protagonista del fútbol en los años cincuenta, impidiendo la grave decadencia vivida por Italia en este deporte durante esa década e, incluso, haber contribuido a adelantar el juego total que luego preconizaron los Cruyff, Michels y compañía en el otro país que le acogió.
Por desgracia, nunca lo sabremos.
Fuentes:
– “L’Allenatore ad Auschwitz”, de Giovanni Cerutti