En el fútbol y en la vida, a veces, el destino hace trampas con los dados. El delantero serbio (natural de Nis) Dragisa Binic llegó al Estrella Roja en 1987 después de hacerse un hueco en la Prva savezna Liga -Primera División- yugoslava en el Napredak Krusevac y luego en el Radnicki de su ciudad.
En esa campaña 87-88 anotó 13 dianas en los 27 partidos que jugó y su participación resultó relevante en la conquista del decimosexto título para el equipo del Pequeño Maracaná. Ya en el mercado invernal de esa misma temporada el representante del futbolista, un tal Pavkovic, negoció su fichaje por el Sabadell que entrenaba Jesús Antonio de la Cruz y que luchaba por no bajar a Segunda. El manager dijo a Mundo Deportivo que a Binic el dinero le importaba poco, porque lo que más le interesaba era “demostrar su calidad. Ansía jugar en el Sabadell porque quién sabe si cuando haya cumplido el contrato con este club el Barcelona o el Madrid se han fijado en él…” Apuntaba alto. El fichaje, finalmente, no cuajó porque el Estrella Roja no aceptó la forma de pago de los 15 millones de pesetas que costaría su pase propuesta por la directiva arlequinat. Por cierto, el elegido al final fue el macedonio Kitanovski y el Sabadell bajó.
Binic volvió al Estrella Roja para ganar la Liga de su país, pero su deseo de salir de Yugoslavia con su mujer y sus dos hijos no se esfumó con el éxito deportivo. Al final, su destino fue el Stade Brestois de la segunda gala, donde el atacante logró meter 18 goles en 29 partidos (el mejor promedio de toda su carrera). No obstante, según parece, Binic no era titular asiduo porque los extranjeros Cabañas, Van Harpen y Kone tenían más peso en el club bretón, que ese año además subió a Ligue 1.
Resulta evidente que Binic -o su manager- tenía en mente España porque negoció infructuosamente su llegada en agosto al Sporting de Gijón. Por fin, el 30 de marzo de 1990 se hizo público el fichaje de Binic por el Levante, que luchaba por la permanencia en Segunda. El atacante serbio se comprometió hasta el final de la 89-90 con la idea de demostrar su valía en los diez últimos partidos de esa temporada y renovar su contrato (o buscar otro equipo español de más peso después).

Sin embargo, Binic no pensaba encontrar tan fiera oposición por la titularidad en el conjunto de Orriols. El entrenador Pepe Martínez le dio 18’ en su debut -jornada 31ª- ante el Figueres en un encuentro en el que Ramalho coló los dos goles del 2-0 final. En esa zona de vanguardia de aquel Levante, al margen de Ramalho estaban el también brasileño Dos Santos, el aragonés Latapia y un coriano llamado Martín Pérez Mellado a quien apodaron por su aspecto fuerte y su melenilla noventera “Rambo”.
Binic gozó de seis partidos más para anotar en el Levante, pero no logró dar volteretas a lo Hugo Sánchez (era su manera de festejar los goles). Su bagaje languideció ante los siete tantos conseguidos por Martín Rambo, los seis de Latapia y -sobre todo- los 12 de Ramalho. El Levante conquistó la permanencia, pero Binic no siguió en sus filas. Tampoco Martín Rambo, que se marchó a Albacete para formar parte de la primera plantilla de un equipo manchego en lograr subir a Primera.
Así que con 29 años Binic regresó, con la frente marchita, al Estrella Roja. Justo a tiempo, se puede decir. En la 90-91 yugoslava anotó 14 tantos en los 27 partidos que jugó y volvió a ser campeón de Liga. Encima, los rojiblancos fueron superando rondas con la ayuda de Binic en la Copa de Europa. Primero cayó el Grasshoppers (1-1,4-1); luego el Rangers (3-0, 1-1); ya en cuartos el Dinamo de Dresde (3-0, 3-0 por decisión de la UEFA tras invasión del campo cuando ganaba 1-2 en Alemania) y en semis el Bayern (1-2,2-2). Binic marcó al Grashoppers y al Dinamo de Dresde y en la final de Bari, ante el Olympique (0-0), también metió su penalti (el segundo de la tanda para el Estrella Roja).
Según relató a un medio serbio, tras la final: “Me retuvieron durante dos horas, me dieron cerveza tras cerveza y nunca bebí alcohol. Me emborraché con dos cervezas, luego pedí un poco de agua para venir y dar una muestra. No fue hasta más tarde que me uní a los jugadores en una celebración en el hotel”. También le dijo a ese magazine (hotsport.rs) que “pocos de los porteros lograron durante la carrera adivinarme de qué lado dispararía, y mucho menos pararme un penalti. Debería haber disparado el primer penalti o el último”. Eso se llama amor propio.
Así, Binic fue plenamente partícipe de la primera -y última hasta la fecha- Copa de Europa conquistada por el fútbol serbio. En la zona creativa y ofensiva del once que alineó Petrovic para esa final estaban Prosinecki, Savicevic, Pancev, Mihajlovic… y Binic. Casi nada.
La guerra destrozó a ese equipo que podía haber marcado época y el delantero exprimió sus últimas gotas de fútbol en el Slavia de Praga, el APOEL de Nicosia y los nipones Nagoya Grampus Eight y Sagan Tosu, donde se retiró con apenas 31 años.
A Binic el fútbol le fue dando vivencias y experiencias en una carrera con requiebros. En cada gol que anotó en su experiencia continental iba impregnada la rabia y la frustración de la fallada vivencia en el Levante de Segunda. ¿Quién sabe si cuando tuvo que golpear en San Nicola para superar a Olmeta en la final de la mejor competición de clubs del mundo no pensó por un segundo en algún consejo de su antiguo compañero, el Rambo de Coria?
Me gusta imaginar que así fue.
Fuentes:
Hemeroteca Mundo Deportivo
Wikipedia
https://vamosmilevante.com/dragisa-binic-de-descarte-del-levante-a-campeon-de-la-copa-de-europa/
https://fudbal.hotsport.rs/2020/05/25/dragisa-binic-bilo-nas-je-tesko-isterati-sa-treninga/