Los Play-off exprés. Subir en tierra neutral sin calor ni odio. Tibieza. Profesionales que miran sus agendas, como para zanjar algo pendiente. Trámites. Deberes. Vacaciones Santillana.
El Marbella Football Center es un magnífico centro para disfrutar relajadamente de un bolo de pretemporada. Su privilegiada ubicación regala unas noches frescas alejadas del sofoco. Uno viene aquí a ver un partido como podría venir a tomarse una cerveza y unos nachos. Los cómodos sofás de una de las zonas anejas a los dos campos de juego y la (nefasta) música reggaetonera le hace a uno sentirse como en un chiringuito chillout.
Este recinto no es un lugar para vivir una final con algo en juego. Es como extraer una vesícula real con la pinza de un “Operación” de esos en los que salía un paciente con la nariz roja. Ningún campo ni estadio, en realidad, deberían ser ideales para un partido clave sin almas que lo sientan en la grada.
No obstante, el Coronavirus ha convertido nuestras vidas en un continuo debate entre lo coherente y lo sensato; entre lo contingente y lo necesario; entre la ética de los muertos y la de la pasta.

Y, claro, los profesionales del fútbol también necesitan volver a la actividad para dar de comer a los suyos. Tienen el mismo derecho que usted y que yo a ejercer su labor, aunque deban cumplir unos protocolos tremendos.
En la puerta que da acceso al Marbella Football Center se habla de la suspensión del Portugalete-Sestao River por la Covid.
-“Nos van a volver a encerrar ya mismo”, dice un veterano utilero.

Vengo a ver el Ciudad de Lucena-Betis Deportivo, pero me da tiempo a disfrutar del final del C.D. Ejido-Real Jaén. Van empate a uno y con ese marcador subían los almerienses, que terminaron mejor que sus rivales en la liga regular. Me coloco a ras de campo y la experiencia es única. El Jaén se vuelca. Uno de sus futbolistas impreca “Todo el año mamando”. El auxiliar le pregunta al principal “Andrés, ¿el cambio es por éste que se ha tirado?”. Un defensa jiennense le dice a su compañero que encima a un rival: “Métele el pito ahí”.
El árbitro señala el final y los jugadores del Ejido estallan. Alguien dice al ver la escena: “La grandeza y la miseria”. Un futbolista del equipo vencedor se acerca a la banda para hacerse una foto con dos amigos (¿tal vez su representante?).
Los gritos eufóricos de los ganadores inundan el moderno complejo deportivo durante muchos minutos. El Ciudad de Lucena-Betis Deportivo empieza en uno de los campos mientras en el otro todavía se grita “A Segunda B”. Unos sudan por lograr la gloria que los otros ya festejan. Como me ves, te verás. Al entrenador del Ejido le llevan en volandas hacia la ducha. Es de suponer que estos momentos, que no verá ningún aficionado ejidense, estará haciendo muy feliz a televidentes fieles -por lo de creer sin ver- a 227 kilómetros de distancia.

Escribo estas líneas justo detrás de dirigentes y director deportivo del Lucena. Es como un palco sin protocolo. “Tú, monstruo, que no vas a jugar en Primera”, dice alguien. La narración y los comentarios de los compañeros que cuentan el choque demuestran las divergentes versiones en función de hacia donde tiren sueldo y corazón. Como en un juego de la cuerda.
Marca el Lucena muy pronto, pero el Betis B parece superior. Un jugador del Real Jaén, protegido por su mascarilla, me pregunta el marcador.
–“¿Sigue 0-1? El Betis es muy bueno, ya te digo que esto acaba 3 o 4-1”.
Nada más decir eso empata el Betis.
Llega el descanso el partido igualado y las conversaciones y las tensiones se relajan. Un compañero se come un bocadillo kilométrico y otro le da un cariñoso golpecito en la espalda.

Suena “Mamasssita” en los altavoces del Football Center poniendo fin al suplicio musical y anunciando el comienzo del segundo acto. Un futbolista del Betis centra las iras de los escasos espectadores -todos directamente involucrados al estar todos acreditados-. El delantero bético Raúl marca otros dos goles haciendo imposible el sueño de unos y facilitando el de los otros. Un despeje poderoso casi destroza el tinglado destinado a la prensa.
Con la emoción muerta la sensación es aún más extraña. A falta de diez minutos para el final todos están deseando que el partido termine. Hay un silencio extraño, justo lo contrario que debe preceder a una celebración. Casi nadie dará por buena esta temporada, pero unos al menos podrán sentir algo como postre.
Acaba el choque y los jóvenes del Betis saludan y aplauden deportivamente a los del Ciudad del Lucena.
La sala de prensa está en una planta superior del Football Center y para acceder a él hay que mezclarse con dirigentes, futbolistas, árbitros, representantes y técnicos en general. Es una ensaladilla que rara vez tiene lugar ya en un fútbol tan estandarizado y controlado. Se mezcla el clásico olor a réflex y sudor con el de colonias sobre camisas almidonadas. El protocolo, tan estricto que exige una declaración de salud para acceder al campo, se rompe en mil pedazos. Abrazos, saludos, nula distancia de seguridad, mascarillas a media asta…

Saludo y felicito por la temporada al entrenador del Ciudad Dimas Carrasco. En sus ojos y en el de sus ayudantes se nota más cansancio que tristeza. Hastío, me figuro. Si las campañas son ríos que llegar al mar, esta ha sido un afluente contaminado.
Dentro de la modesta sala de prensa del Football Center hay una magnífica colección de camisetas de clubes que han hecho su pretemporada allí. Reparo en una preciosa del HNK Rijeka. La comparecencia -clásica y elegante- de Dimas Carrasco termina y poco a poco los focos se van apagando mientras los teléfonos móviles echan humo para contar lo que no se puede ver por la tele (u ordenadores, en este caso).
En el camino de vuelta sin asfaltar al parking para humanos me adelantan tres mercedes de alta gama a toda potencia recién salidos de la zona vip. Suena Phats and Small en Spectrum FM con su “Turn Around”. En un momento de la canción dicen ‘Cause things ain’t gettin’ over’. Porque las cosas no van a cambiar. Acelero.
P.S. He omitido por cortesía los nombres de algunos de los futbolistas y técnicos sobre los que escribo para preservar la intimidad de un partido (casi) a puerta cerrada.