La triste vida de Orestes Omar Corbatta, la leyenda argentina al que derrotaron su propia generosidad y el alcohol

uando Orestes Omar Corbatta murió el diario La Nación le definió como “el arquitecto de un fútbol que emocionó”. Sus virtudes como wing -extremo- derecho y como ser humano le dejan el hueco en la posteridad que sus vicios y sus malas compañías le quisieron arrebatar.

Corbatta nació en 1936 en un pueblo de La Pampa llamado Daireaux, pero la muerte de su padre precipitó la mudanza de la humilde familia -tenía siete hermanos- a La Plata. Nunca aprendió a leer ni a escribir, algo que le avergonzaba y trataba de ocultar colocando un diario a su lado cuando le entrevistaban. Apenas fue capaz de garabatear su firma para los contratos.

Fue descubierto para el fútbol en Estudiantes de La Plata, pero una torcedura de tobillo le envió al modesto Juverlandia de Chascomús. Ahí comenzó a desplegar su talento, con el que destrozaba hasta el recochineo -según cuentan- a las defensas rivales. En 1955 fue contratado con Racing de Avellaneda y en poco tiempo se granjeó tal fama que, dicen, muchos aficionados de otros equipos se hacían socios de La Academia para verle en acción.

Corbatta, eso sí, seguía siendo un muchacho extremadamente tímido al que sus compañeros tenían que presentar chicas para que pudiera relacionarse. Una de esas citas terminó en boda y traslado a Banfield. Y en posterior decepción, claro. Un día el Loco -así apodaron a Corbatta por su diabólica forma de jugar- volvió a su domicilio y su mujer se había marchado llevándose todo lo que de valor había en él. El jugador solía decir: “Me casé cuatro veces. La primera me fue muy mal. La segunda me fue mal. La tercera me fue mal. La cuarta me fue mal. Me cagaron, pero las quiero lo mismo a las cuatro”.

En el amor siempre le fue mal, pero en el fútbol disfrutó de unos años legendarios. En Argentina se cuenta como el segundo o tercer mejor gol de la historia de la albiceleste uno de una Copa América en el que Corbatta regatea a casi toda la selección chilena y se espera a que regresen dos defensas antes de marcar. Formó parte de esa generación de los Ángeles Caras Sucias junto a  Humberto Maschio, Antonio Angelillo, Enrique Omar Sívori y Osvaldo Cruz que se llevó la Copa América del 57 y defraudó en el Mundial de Suecia del 58. Eso sí, en el país escandinavo Corbatta fue el mejor de los argentinos, logrando tres goles en tres partidos.

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Orestes, en una portada de El Gráfico

Corbatta decía que “la pelota es como una mujer hay que tratarla con cariño. Si uno la maltrata se va para cualquier parte”. Siguiendo esa mentalidad se puede decir que enamoraba el balón a la hora de la suprema suerte de los penaltis. En ese momento se plantaba cerca de la pelota para que el portero no pudiera reaccionar y agachaba la cabeza para desconcertarle más. Cuando se movía bajo el larguero, estaba batido.

Tal era la desesperación que causaba en sus rivales que el uruguayo Pepe Sasía le quitó en 1956 dos dientes de una patada. Nunca se los quiso reemplazar.

Despreocupado, cuentan que jugaba ante miles de personas como en los potreros. Y eso que desde muy pronto tuvo que regatear también a su adicción al alcohol. Tita Mattiussi, una célebre encargada de la residencia del Racing, contó que una vez llegó de empalmada a un partido ante Independiente y que, para jugarlo, le tuvieron que dar un baño frío. Corbatta le confesó a sus compañeros que había bebido tanto que veía borroso y que casi no distinguía las líneas del campo. A pesar de eso, fue alineado. Coló dos goles. Por algo le apodaron también el Garrincha argentino.

Su fútbol se fue apagando prematuramente y en 1963 dejó Racing para fichar a cambio de doce millones de pesos por Boca Juniors. Allí apenas jugó 18 partidos (5 goles) y a pesar de ser estrictamente vigilado no pudieron evitar que siempre tuviera demasiadas cervezas en su cabeza y cuerpo.

Emigró a Independiente de Medellín y en Colombia, a pesar de haber dejado también huella por su fútbol, le dejó su segunda mujer. Eso le terminó de hundir con apenas 34 años. Volvió a Argentina para jugar casi a cambio de comida en San Telmo, Italia Unidos y Tiro Federal de Río Negro. Tenía que jugar porque en sus tiempos de bonanza había sido generoso con quien se lo merecía y con quien no. Su máxima era que siempre habría alguien que tuviera menos que uno y por eso llevaba a niños pobres a comer o a merendar a cafeterías. “Que les regalen una pelota a los niños que están en la calle sin zapatillas. Que con una pelota juegan veinte”, decía.

Su falta de ambición –“Era bueno, sano, no tenía maldad”, cuenta su hijo en un reportaje- le arruinó. Tanto que tras retirarse en  un club de Benito Juárez, donde tenía un modesto rancho, se quedó sin hogar. Alcoholizado, pidió cobijo en su club de toda la vida y Tita Mattiussi le alojó a cambio de trabajar en las categorías inferiores en un vestuario del Cilindro -así se conoce al estadio Presidente Perón del Racing-. Allí murió en completa soledad y pobreza en 1991 el legendario Orestes Omar Corbatta.

 “La guita me la gasté, pero lo importante es tener amigos”, dijo. Muchos de esos amigos le fallaron, pero su club no. Desde 1993 la calle que da al campo de Racing se llama Calle Orestes Omar Corbatta.

Fuentes:

Ángeles con caras sucias: La historia definitiva del fútbol argentino, de Jonathan Wilson.

https://www.elgrafico.com.ar/articulo/1088/31259/1957-los-angeles-carasucias

 

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