En un rato Inglaterra juega contra Bélgica con la firme intención común de perder para eludir el lado teóricamente complicado del cuadro de este Mundial. Voy a partir de este común deseo de cagarla para -escatología tendente a lo escatológico- llegar a un episodio de mierda (con perdón).
El último partido que enfrentó a Inglaterra y Bélgica en un Mundial fue en los octavos de final de Italia’90. La Three Lions de Robson empleaba un 3-5-2 que a veces se convertía en un 4-4-2 en el que futbolistas como Waddle, Gascoigne o Barnes podían brillar cuando se liberaban defensivamente, cosa que no había sucedido en una fase previa de la que luego hablaremos.
Empezaron mejor los belgas, que conservaban a los Scifo o Ceulemans que les habían llevado a la semifinal de México, e incluso tuvo que mediar Shilton para evitar que se pusieran por delante.
Los noventa minutos no resolvieron nada y en la prórroga los ingleses vivirían uno de los momentos icónicos de su pírrica historia como selección nacional si atendemos a su teórico potencial. Era la última jugada del encuentro. Una falta pitada por el danés Mikkelsen sobre Gascoigne el propio Gazza la puso en movimiento con la sutileza que su diestra regalaba -cuando el alcohol se lo permitía-. Van der Elst, agazapado como el resto de sus compañeros, escuchó “in the box” (al área), pero no le dio tiempo a avisar a nadie. La pelota sobrevoló el cielo de Bolonia hasta citarse con la espalda de David Platt. Platt, que había sustituido a MacMahon y que entonces jugaba en el Aston Villa, la evitó para recibirla con su cañón acomodado y así anotar uno de los goles más bonitos -y trascendentes- de la historia de los Mundiales.
Pero esta historia, como la vida misma, tiene brillo y tiene caca. Y si el Mundial del 90 es inolvidable para los ingleses lo es por todo: fue su mejor participación histórica tras el que ganaron como locales en el 66, eliminaron en cuartos a la mítica Camerún de Milla… y además porque Gary Lineker se cagó en mitad de un partido.
Sucedió en el derbi ante la Irlanda católica de la fase de grupos. Tras un balón en largo, el formidable anotador chocó con el sportinguista Kevin Moran y reventó contra el suelo. No hace falta, porque son tan humanos como yo, lo que se siente cuando el bajo vientre expone su disconformidad y uno no encuentra donde darle alojamiento ni consuelo. Caja de truenos que hace sudar, Ciorán desatado en el subconsciente y furor de piernas y alma entera.
Lineker lo explicó con guasa en la BBC: “No me encontraba muy bien al descanso. Traté de hacerle una entrada a alguien (a Moran), me estiré demasiado, me relajé y umm…tuve suerte de que había llovido y pude hacer algo al respecto pero fue embarazoso. Me puedes ver frotándome contra el suelo como un perro tratando de limpiarme. Fue la experiencia más horrible de mi vida”. Sí. Las cámaras reflejaron el instante en el que el atacante cae primero al suelo y lo que de primeras parece un tirón muscular se convierte con el paso de los segundos en otra cosa bastante evidente cuando el futbolista deja fluir como buenamente puede el producto de su buena o mala digestión según se mire.
Pues nada, les dejo que empieza el partido en el que las dos selecciones quieren cagarla. Gloria al gran Lineker y a su honestidad brutal.