Le están queriendo hacer ver al dueño del Córdoba que lo que está pasando tiene remedio. Que todo obedece a una racha de mala suerte. Que con dos o tres retoques –o cuatro, no vayamos a quedarnos cortos ahora- este equipo puede salvar el pellejo y así poder pensar en otro proyecto que pueda generar otros cuantos beneficios a la S.A.D. Que no venda, en suma, porque lo que ahora cuesta diez mañana puede volver a valores de hace unos años.
Es mentira. Todo es mentira.
Este Córdoba está destinado –ceteris paribus- a bajar. Básicamente porque fue configurado para otra cosa. Para el disfrute, para el pintureo, para el showtime, para el tiki-taka… pero no para la lucha, para la batalla, para la ley de mínimos, para el aguante, para las hostias. Y eso no lo cambian ni tres ni diez fichajes, porque va en los genes de un puñado de jugadores que como conjunto son el peor que yo recuerde –e incluyo el de Primera y el de la 04-05- en veinte años.

Leo, como ejercicio de masoquismo, el libro “Capitanes” de Sam Walker. En él se cuenta que los grandes líderes de un equipo no tienen que ser santos, ni buenas personas, ni siquiera cuerdos. Basta –joder: no basta, sobra- con ser como Buck Shelford, que liderando al XV de Nueva Zelanda –los All Blacks- acabó mostrando su huevo desgarrado de su escroto al vestuario tras la batalla de Nantes, tal vez el partido más duro de la historia del rugby. Luego veo a Joao Afonso retirándose del campo por un golpecito o a otros borrándose de convocatorias y me muero por dentro.
Recuerdo que Bill Russell decía que su ego no soportaba perder mientras veo repetido el gol del Almería. Ese saque de esquina suavecito como puñal dejado encima de la mesa de un Hamlet que repite lo de “words, words, words” disociando lenguaje y realidad. Ese balón que se pasea delante de las narices de nuestro descenso sin que nadie tenga huevos de atacarlo. Sin que nadie se responsabilice de un mal despeje. Con miedo. Con muchísimo miedo.
Escucho la rueda de prensa de Jorge Romero y no le culpo de lo que dice. Yo, por el contrario, no creo que el Córdoba jugara bien. Ni siquiera pienso que tuviera más actitud que otras veces. No jugó bien porque perdió casi sin obligar a René; no tuvo más actitud porque actitud no es correr sin ton ni son sino saber cómo, dónde y cuándo estás jugando. Y, defensivamente, este conjunto no tiene ninguna actitud.
El gol de Motta podría asimilarse al de una eliminatoria por subir a Segunda. ¿Os imagináis que el Córdoba no hubiera subido por esa acción tan ridícula? Pues así ha sido, aunque no lo parezca porque no es junio y hace frío. Mucho frío.
Únicamente espero que TODO cambie con el nuevo año y que las lágrimas que hoy vierto por adelantado –y no solo en el teclado- sean secundadas por alguno de los que viajan en el autocar que ahora vuelve hacia Córdoba. Sinceramente, no lo creo.
Penoso el equipo, la actitud y el dueño del Córdoba por no invertir en el.
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