Si alguien explica que el Córdoba de Merino ya ha mejorado con respecto al de Carrión, puede llevar razón; si alguien cuenta que nada ha cambiado, también.
El partido de Oviedo deja, al menos, clara una premisa: este Córdoba está muertecito. No es que sea (todavía) un cadáver deportivo con botas, pero sí que pasa por un momento en el que todo lo que le puede pasar, le sucede. Que en una misma semana se le lesione un jugador que ha de ser importante en la plantilla y que, luego, empieces a perder tu primer partido por un absurdo gol en propia puerta ya han de ser atenuantes para contar la historia del primer partido del nuevo entrenador.
Pero contaba que este Córdoba parece un poco mejor, así que empecemos por eso. Todos los analistas que me han argumentado los males de este equipo se sorprendían de la enorme distancia entre líneas que permitía a todos los rivales destrozar su defensa casi cada domingo. En ese sentido, Merino junto las líneas hasta casi solaparlas. Por eso el Oviedo creó poco peligro por méritos propios durante los noventa minutos. La escasa creatividad del enemigo fue todo mérito del 4-4-2 y de la solidaridad de todos los jugadores blanquiverdes. Con todo, lo más significativo de este planteamiento más conservador radicó en que los nuestros no renunciaron a buscar la portería contraria. Lo hicieron con torpeza, generalmente, por lo que pasemos a contar en lo que se ha parecido este Córdoba al de hace una semana.
Jona hace un trabajo indiscutible de espaldas a portería, pero este equipo necesita que marque. Como sea. El peso ofensivo no puede recaer únicamente en Guardiola, y más si se decide alinear a dos atacantes. El hondureño buscó el gol, pero no tuvo tino. Probablemente con continuidad y paciencia puede que afine su puntería, porque –al menos y en comparación con choques precedentes- al menos tuvo presencia en ataque. La otra gran membranza que nos regaló lo del Tartiere fue la de los despistes. En tres ocasiones los laterales, especialmente Pinillos, cometieron errores graves al tirar sendos fueras de juego; por otra parte, los dos golpes que resultaron mortales llegaron tras un saque de esquina que nunca tuvo que ser concedido y que luego fue mal defendido –por mucho que haya mala fortuna en el despeje- y después de una pérdida de balón en salida de Caro. Eso fue lo más grave, obviando que un par de ocasiones las tonterías tras saque de banda a favor casi nos crean un disgusto.
En suma, y simplificando mucho, el Córdoba parece otro pero sigue perdiendo. La apuesta está clara y es de mínimos. De equipo menor. De urgencias. Hay que sumar como sea para no descender. Es el único reto al que puede aspirar –y el que opine lo contrario se engañará- esta plantilla que no está sobrada de calidad precisamente y a la que le falta carácter para otras cotas.
In Merino we trust, que dirían en los Estados Unidos. No nos queda otra.