El Córdoba ochentero y gris que produjo entrenadores brillantes

Pocos recuerdan con cariño al Córdoba de finales de los ochenta. Un equipo estancado en una Segunda B de la que solo el campeón podía escapar –la zona media se convertía en un nido de corruptelas y mediocridades durante muchos meses – y un estadio en franca decadencia en el que ya se habían olvidado –por el natural acomode- los llenos históricos ante Brenes y Rute, por ejemplo, en Tercera. Tiempos duros en los que el propio Verdugo confiesa que al margen de técnico “me tocaba ser de todo. Hasta llegué a ayudar en taquillas. Fui de todo menos presidente” (el presidente, por cierto, era Cárdenas en las dos temporadas concretas de las que vamos a hablar).

Sin embargo, aquella época más bien oscura sobre la que los propios protagonistas tienen problemas a la hora de hablar por memoria selectiva regaló al fútbol cordobés un ingente número de personas de fútbol que han dado mucho que hablar como jugadores y también como entrenadores.

Singularmente fructíferas resultan las dos últimas temporadas de los ochenta. En la 88-89 se alternaron en la portería el vasco José Luis Burgueña –luego entrenador de Estepona, Poli, Marbella, Portuense y Linense- con Jorge Ramírez –muchos años preparador de metas en el Córdoba y después del Granada-. Dos de los futbolistas más empleados en defensa fueron Juan Luna Eslava –entrenador del Córdoba en la 08-09, luego Director Deportivo del club en 2011 y actualmente en el cuerpo técnico del Cruz Azul- y Rícar –que codirige una exitosa escuela de jugadores en Córdoba capital-.

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Una alineación del Córdoba en la 88-89

Compartían parcela creativa en esa 88-89 dos nombres inolvidables para el cordobesismo. Perico Campos –luego entrenador del equipo en la 98-99, más tarde del Écija y uno de los hombres de confianza de Rafa Benítez en la actualidad- y López Murga –que hasta abril de este año formó parte de la secretaría técnica del Alavés con Zubillaga-. El máximo anotador de ese Córdoba fue, con siete dianas, Miguel Ángel Portugal –entrenador que ya ha sido de Castilla, Toledo, Córdoba, Racing, Valladolid, Bolívar, Paranaense, Constantine argelino y actualmente en el Delhi Dynamos indio-. También metió cuatro dianas el ya entonces curtido Juan Antonio Albacete, “Anquela”, que el domingo se sentará en el banquillo del Oviedo para medirse al Córdoba y que ya ha dirigido a Jaén, Huesca, Melilla, Águilas, Alcorcón, Numancia, Granada y Huesca.

Pero ahí no queda todo, porque en esa plantilla empezaron a despuntar dos jóvenes valores de la cantera. Uno era un central melenudo que debutó en San Sebastián de los Reyes y que convenció inmediatamente a CampilloPaco Jémez: técnico ya en su currículum con experiencias en el Alcalá, Córdoba, Cartagena, Las Palmas, Rayo, Granada y Cruz Azul-. El otro era un delantero salido de la cantera del Alcázar que apenas gozaría de 113 minutos en dos temporadas de blanquiverde tras llegar del Jaén –Pepe Murcia: quien ya ha entrenado a Córdoba, Cartagonova, Atlético B, Atlético, Xerez, Castellón, Celta, Albacete, Salamanca, Brasov, Levski y Legirus Inter-.

A todo este elenco hay que sumar un efectivo más. En la siguiente temporada -89-90- se estrenaba un joven de apenas 18 añitos y muy buena planta que trotaba como un gamo por la banda siniestra de El Arcángel. Ese chaval se llamaba Rafael y menos de tres años después se convertiría en oro olímpico tras una meteórica progresión. Una vez retirado, Berges también le ha tirado a los banquillos y ya se ha sentado en los del Córdoba, Real Jaén y U.D. Logroñés.

En total, ocho entrenadores profesionales juntos en en apenas dos plantillas y otro puñado de hombres de fútbol que han consagrado su vida al balón una vez colgadas las botas.

En la previa del Oviedo-Córdoba le pregunté a Anquela sobre esta circunstancia y si es que había alguna circunstancia que ayudara a que salieran tantos y tan buenos técnicos. El linarense, aparte de reírse, no fue capaz de responderme. A mi juicio, y atendiendo a los testimonios que he podido recabar, no tengo ninguna duda de que la necesidad agudiza el ingenio. Y para ser un buen entrenador primero tienes que ser un buen ingeniero.

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