En el bar Ecu puede uno comer cojonudamente por seis euros. Una cerveza –Sacromonte, muy recomendable– te garantiza un trozo de pan blanco repleto hasta arriba de proteínas y grasa; dos, dos. Y así sucesivamente hasta que tu hígado e intestinos lo soporten. Es barato comer. Mucho.
Pero es más, uno llega a Los Cármenes a trabajar y acaba suplicando un Alka-Seltzer. Se puede hacer una merienda-cena por gentileza del club. Bandejas casi sin interrupción para la prensa (y de calidad). Incluso mientras escribo, una hora después del partido, mi amigo Álvaro Vega está zampando por pura gula de la enésima hilera de canapés que le han puesto a su alcance mientras espera que terminemos de escribir para volver a Córdoba (ya vamos).
Así pues, resulta que todo parece gratis en Granada. Pero no lo es.
El Córdoba, ante cerca de mil de los suyos acabó regalando tres puntos a un enemigo que no estaba para conceder nada y que dio más sensación de que era consciente de su situación.
A ver, volvemos al discurso del miércoles. No pasa nada por perder, pero sí por la manera. Por los modos y por los alardes.
Ni el más pesimista pensaba en repetir un bochorno defensivo después de lo que pasó el pasado domingo con los mismos protagonistas sobre el terreno de juego. Los errores que se habían convertido en automatismos en jornadas precedentes habían quedado disueltos en el ácido lisérgico del 2-0 ante los de Martí.
Pero uno no sabe ya qué pensar. Porque no hay quien coja el partido de la banda izquierda del Córdoba en Granada. Ni atrás ni en ataque. No dieron ni una. Por ese flanco entró Pedro o entró Machís, y hubiera entrado hasta la madre de Boabdil el pusilánime.
La aceptable puesta en escena –no todo el partido fue espantoso, pero el recuerdo es malísimo– quedó empañada por el primero de los errores, que fue aprovechado por un Machís que sabía que era su última oportunidad de ser titular (una sensación que NO tienen –en mayúsculas- algunos de los fijos en el once de Carrión).
Luego ya, a contracorriente, todo fue corazón antes que fútbol. El entrenador quiso coser un centro del campo descosido con Markovic de enganche, pero aquello no hizo sino romper del todo a un equipo desorientado. Por eso tras el segundo –en el que Machís hizo lo que quiso y Kieszek no hizo lo que pudo- llegó un penalti que pudo haber sido el tercero y, claro, el tercero (en el que Machís también fue protagonista ante unos rivales que parecían menores a su altura).
Se puede salvar, aunque sea cara a la galería, el final del partido. Al menos algunos de los jugadores quisieron dar la cara y apretaron a Javi Varas (hubo uno que no y que se marchó incluso nada más pitar sin despedirse de su afición).
Ni Oltra pensaría lo barato que le iba a costar su primera alegría ante un rival que no estaba para muchas euforias. Le salió casi gratis. Como si hubiera salido a comer.