En estos tiempos de Darwinismo Social aplicado al fútbol en los que hay imperios emergentes –Girona, Leganés, Getafe y Eibar están en Primera- y otros en franca decadencia –Racing, Elche, Mallorca y Hércules están en Segunda B- nunca está de más apelar a sensaciones primarias, casi atávicas, para disfrutar como un niño pequeño del espectáculo de la pelota (a veces, de las pelotas).
El recuerdo y la furia se juntaron un domingo, que es cuando más suele apetecer ir a un estadio. Cuando se casan recuerdo y furia, a veces, nacen dioses y mueren demonios. O al revés.
En El Arcángel sacó de centro Daniel Onega. Probablemente, y lo digo sin haberlo visto en acción, el mejor que haya jugado en el Córdoba (con permiso de Juanín). Más de la mitad de los que le aplaudieron lo hicieron únicamente a sus canas, un cuarto a su recuerdo y el resto renovaron su agradecimiento por las buenas tardes que les regaló. Quienes me dijeron lo bueno que fue como jugador me destacaron su humildad y naturalidad. De lo primero también me dan fe las crónicas. Para conocer lo segundo apenas se necesitan quince minutos de charla con El Fantasma.
Luego llegó la furia. Carrión colocó a sus once elegidos de una manera sensata en un dibujo en el que el equilibrio no restaba un ápice a la pegada. De hecho, de una manera más directa –con dos delanteros- el equipo sometió a un rival que defiende mucho y bien y, de paso, cortocircuitó su contragolpe –que es su principal arma-.
Pero, más allá de lo táctico (que lo mismo que si tras lo de Barcelona os dije que Carrión tuvo su cuota de responsabilidad también la ha de tener en lo positivo tras esta exhibición), el gran cambiazo radicó en la intensidad y el derroche con la que se emplearon los jugadores. Si en el Mini Estadi parecieron inertes y lánguidos en la primera mitad, en El Arcángel fueron este domingo leonas cazando gacelas (porque son las leonas quienes cazan cuando viven en una manada). Cada pelota era una guerra y de casi todas salieron airosos los nuestros.
Tal era la rabia, la furia, el hambre… que ni un penalti desperdiciado abortó la victoria. Otro día esa circunstancia (y encima al borde del descanso) habría significado el punto y final. Ante el Tenerife fue un punto y aparte.
Marcó Guardiola, el mismo que falló el penalti, tras asociarse tan bien como en pretemporada con Alfaro (quiero a los dos siempre que se pueda planeando diabluras en el campo). Luego llegó la guinda. La guindilla, más bien. Tras un fenomenal robo, Carlos Caballero coló la pelota con sutileza en el fondo de la portería antes de sacarse la furia a través de su dedo corazón (menuda metáfora). No justifico que el madrileño, gran persona y profesional, enviara a toda a la grada al cuerno. De hecho, mi abono que nunca uso está ubicado en el área de influencia de su dedo. Pero escribo lo mismo que escribí tras “lo” de Rodri del año pasado: ojalá mande cada semana a sus detractores a paseo si eso implica que cuela un gol.
Recuerdo y furia. Monstruos. Puntos. ¿A que no olvidaréis este domingo? Pues ya tenéis otra muesca en vuestro revólver cordobesista.