“Tot era Jùpiter aquí”, repiten los ancianos del Pueblo Nuevo. El Poble Nou de la Barcelona de principios de siglo XX era un barrio proletario. Industrial. Chimeneas como árboles donde hay ahora árboles en lugar de chimeneas. Un barrio que, como todos en aquellos tiempos, presumía de equipo de fútbol. El suyo era el C.E. Jùpiter. Y era bueno.
Lo habían fundado dos semanas antes de la Semana Trágica de Barcelona unos hermanos –según la versión escoceses o ingleses- apellidados Mauchan y que se reunían con obreros amantes del foot-ball en una cervecería llamada Cebrián –hoy la horchatería “El Tío Ché”-.

El nombre –Jùpiter- era el de un globo aerostático que un domingo de 1909 había ganado un concurso en la playa de la Mar Bella. Comenzaron jugando en el descampado-campo de la Bota antes de que se hicieran con uno en mejores condiciones en la calle Lope de Vega.
El club fue creciendo adobado por la ideología imperante en su barrio. Casualidad, o no, eligieron como escudo uno que guardaba muchas semejanzas con la estelada independentista catalana y como colores el gris-grana que por entonces se vinculaba al anarquismo.
Naturalmente, con esa identificación política el régimen de Primo de Rivera trató por todos los medios de frenar su progresión. No era buena cosa para el orden que un equipo revolucionario ganara. Les obligaron a cambiar de escudo, pero dio la casualidad de que en el 25 el Jùpiter se llevó el campeonato de España B –el equivalente a la Segunda actual- y su popularidad era tal que se medía en igualdad de condiciones con sus cerca de 3.000 socios a Barcelona y Espanyol. Su mayor rival, no obstante, siempre fue el Terrassa.

En ese año 1925 el Jùpiter pudo haber asistido al último partido del Barça. En Les Corts se enfrentaron los culés –campeones de Copa- con los jupiterinos –campeones de la B- en un encuentro homenaje al Orfeón Catalán, que había tenido un éxito rotundo en Roma. La Dictadura había puesto el ojo en el choque para que no hubiera reivindicación alguna de lengua y cultura catalanas, pero la directiva de Joan Gamper no pudo impedir que en el descanso fuera silbada la Marcha Real española que interpretaba una sorprendida orquesta de un buque de guerra británico atracado en el puerto de Barcelona. Pasaron al God save the Queen y los presentes aplaudieron. Les Corts fueron clausuradas y el Barça –que ganó 3-0 al Jùpiter- estuvo a punto de pasar a mejor vida.
Cuando llegó la República el Jùpiter recuperó su esencia, pero perdió sus colores. Su habitual camiseta gris-grana pasó a ser verdiblanca bética para que se le confundiera con el cada vez más popular F.C. Barcelona. Vistiendo esos colores recibieron la visita, el 25 de septiembre, del presidente de la Generalitat Francesc Maciá, que se llevó un reconocimiento.

La Guerra sacudió el espíritu anarquista del Jùpiter. Orwell describió en su Homenaje a Cataluña así el aspecto de Barcelona a finales de diciembre del 36: “impresionante y abrumador. Era la primera vez que estaba en una ciudad en la que la clase obrera ocupaba el poder. Casi todos los edificios de cierta importancia habían sido ocupados por los obreros y sus fachadas estaban cubiertas con banderas rojas o con la bandera roja y negra de los anarquistas”. La CNT había ejercido su influencia desde el inicio del conflicto e incluso desde meses antes –en el campo del Jùpiter se jugó la final de la competición de fútbol de la Olimpiada Popular del 36 con los jugadores de todos los equipos puño en alto y cantando la internacional-. Pero el momento álgido de vinculación del Jùpiter y la política se produjo justo después del golpe del 18 de julio. Buenaventura Durruti, líder anarquista fundador del grupo “Solidarios” que luego pasaría a llamarse “Nosotros” y que vivía en el barrio de Clot, organizó la resistencia requisando dos camiones de una fábrica textil y aparcándolos junto al campo del Jùpiter, que fue usado probablemente como arsenal clandestino anarquista durante los meses previos a la guerra. La leyenda dice –porque nadie puede o quiere corroborarlo- que los balones con los que viajaba y jugaba el equipo de Poble Nou estaban llenos de pistolas Star de contrabando, ideales para la lucha urbana.
Durruti murió en la Ciudad Universitaria y el anarquismo –como todos los otros ismos menos el fascismo– perdió la guerra. También la perdió el Jùpiter, sospechoso de todo para la dictadura franquista, entre otras cosas de haber colaborado con el Socorro Rojo. En los 40 se le quiso hacer filial del Espanyol, se le cambió el nombre por el del Hércules y, por supuesto, también se modificó su revolucionario escudo.

El campo de la Bota, primera casa del Jùpiter, fue el lugar elegido por los vencedores para fusilar a los vencidos en Barcelona y el feudo de la calle Lope de Vega es hoy un impersonal parque, pero el C.E. Jùpiter recuperó su esencia y sigue compitiendo, aunque sea en Primera Catalana, en el campo de La Verneda. Desde que nació la Liga nunca ha pasado de Segunda B –en la 87-88, y quedó el último– en toda su centenaria historia.
Nada más ácrata, y menuda paradoja, que un equipo que nació al albur de unas ideas revolucionarias haya sobrevivido, aunque sea bajo mínimos, a la propia ideología que lo impulsó. Si Bakunin levantara la cabeza…
Fuentes:
https://sports.vice.com/es/article/pgjmyg/jupiter-anarquia-lucha-dictadura-armas-franquismo-futbol
https://www.youtube.com/watch?v=vFmMS5UpI3A
https://es.wikipedia.org/wiki/Club_Esportiu_J%C3%BApiter
https://futbolcondal.wordpress.com/2017/03/26/un-paseo-por-la-historia-del-ce-jupiter/
http://www.footballcitizens.com/barcelona-jupiter-pitidos-himno-1925/