Aliento perdido (1-2)

Caerse del caballo como San Pablo camino de Damasco es una práctica habitual en el seno del cordobesismo. El problema es que pocas veces sucede como en el partido que ha terminado hace un rato ante el Alcorcón y que ha matado –creo- algo más que el sueño de un bonito cruce de cuartos para el Córdoba.

No recuerdo dos partes tan distintas de unos mismos jugadores. Ni vistiendo la blanquiverde ni casi ninguna otra. Los mismos que en los primeros cuarenta y cinco minutos bordaron el fútbol acudiendo raudos a las ayudas, persiguiendo balones imposibles, presionando bien y arriba con decisión la salida del balón enemiga y disparando con intención cuando tenían oportunidad… los mismos, digo, que en ese largo tramo desde el primer silbido hasta el descanso jugaron divinamente a la pelota fueron capaces de perpetrar un segundo acto bochornoso, en el que aunaron desaciertos con errores de intensidad, concentración y hasta una extraña apatía cuando tocaba remontar.

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Respondió a la pregunta sobre la mutación en sala de prensa –sensu contrario, naturalmente- Velázquez con el socorrido “esto es el fútbol”. Pero no cuela. Al Córdoba no le falta fútbol en sus botas y se vio cuando zarandeó al Alcorcón –como lo hizo al Málaga, por ejemplo, unos días antes-. Tal vez sea cosa de fuerza mental o física. O de falta de concentración. O de eso que necesita un equipo tocado como el comer: suerte.

Puede que todo eso explique el primer gol del Alcorcón. Incluso el segundo. Lo que no se entiende es que el choque se convirtiera, desde el minuto 50, en un absoluto desaguisado posicional y táctico en el que los jugadores hacían la guerra por su cuenta –algunos ni se plantearon guerrear- para salvar su trasero. Sintomática la acción de Piovaccari cuando, desesperado, acudió en determinado momento a la banda derecha para acelerar la circulación de balón e incluso centrar –fue el mejor centro de toda la segunda mitad- para que nadie pudiera rematar dado que él era el único atacante del equipo.

No se entiende, por mucho que uno se alegre de ello, el estreno de Markovic. Ni que Esteve no fuera retirado cuando tenía una tarjeta. Ni que Rodri, aún enfermo, no tuviera una oportunidad para asociarse con el inspirado italiano.

Pero más allá de eso, discutible y seguro que argumentable, no se entiende que un equipo que tiene partido, eliminatoria, sentimiento y público de su lado entre en una espiral tan negra que pueda conducir a la desesperación y al desánimo no ya al ver cómo se deshace una oportunidad preciosa de hacer historia en Copa, sino también cómo –moralmente- se aleja hasta empequeñecerse definitivamente en el horizonte cualquier sueño de colarse en play-off. Hoy el Córdoba ha perdido algo más que una eliminatoria. Hoy, da la sensación, ha perdido su propio aliento.

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