Un empate a cero siempre tiene muchas lecturas. Si encima se produce en la ida de una eliminatoria, ofrece la posibilidad de especular sobre la posible bondad o maldad del resultado cosechado pensando en la vuelta. Los optimistas pensarán que con ganar en El Arcángel a un rival de la misma categoría sobra para acceder a cuartos y los pesimistas que como nos marquen nos obligarán a hacer algo que nos cuesta un mundo: dar la cara y ser competentes como locales.
Al margen de lo numérico, el choque ofreció muchos detalles. Entre los buenos, la aportación de los dos centrales improvisados de los que tuvo que tirar Carrión –Luso y Caro- que se entendieron a las mil maravillas y tuvieron que multiplicarse para paliar otras debilidades. Otra gran noticia, la tarea denodada de Piovaccari, que está reclamando un hueco en punta y que –a la vera de Rodri- puede ofrecer muchas cosas interesantes.
Pero la cara amarga del encuentro, dejando al margen la escasa aportación ofensiva de todo el conjunto, la ofreció una vez más un Alfaro intrascendente tanto en la media punta como cuando retrasaba su posición y un Samu de los Reyes que lo pasó fatal con Ivi y con Fede Vega. El Alcorcón, viendo lo que veía, lo intentaba una y otra vez por ese mismo costado con la esperanza de que el cantara fuera demasiado a la fuente. Afortunadamente la nulidad ofensiva de los alfareros y la concentración tanto de Kieszek como de los dos zagueros centrales dejó en nada los despistes del sevillano (que, todo sea dicho, no fue ayudado demasiado por Javi Galán).
En suma, un partido horroroso para el espectador neutral que vuelve a recordar que la Copa a un único encuentro mola más y un envite nulo cara a una eliminatoria que se resolverá en El Arcángel en una semana. En las mentes de los mandatarios del Córdoba está ahora la opción de que el campo sea un hervidero lleno de ganas de cuartos o que los cuartos puedan y nos dejen sin cuartos. Creo que se entiende la aliteración.
Toni Cruz 