El Kashima Antlers superó al Atlético Nacional en la primera semifinal del Mundial de clubs y se enfrentará, si todo transcurre según el guion previsto, al Real Madrid por el título. Su entrenador, un señor llamado Masatada Ishii, dijo una vez que el partido terminó que dicha gesta “supone no solo un logro para Kashima Antlers, sino para todo el fútbol japonés. Se abre una nueva historia y estoy contento por eso». Pero… ¿cómo y cuándo comenzó la historia de este espectáculo en Japón?
Para empezar, hablemos del Kemari o Kenatt (蹴鞠), un deporte que evolucionó llamado Cuju que también se juega con una pelota de cuero rellena de serrín, sobre una superficie delimitada por cuatro árboles –un cerezo, un arce, un sauce y un pino, que representan a las cuatro estaciones– y que lleva practicándose desde el siglo III en el archipiélago nipón. Poético, ¿verdad? Eso sí, este deporte tiene un carácter más ritual que competitivo –se realizaba para solaz del Emperador- y únicamente se practica en certámenes muy concretos donde sus practicantes se visten con sus kimonos mejor elaborados. Poco que ver con lo que entendemos por fútbol.

Las primeras noticias de un club de fútbol al estilo europeo en Japón datan de 1868, coincidiendo con el comienzo de la modernizadora Era Meiji y en el seno del Club de Cricket de Yokohama, aunque los primeros encuentros los organizó el Comandante Archibald Douglas en la Academia Naval de Tokio. Responsable de la implantación de las reglas europeas en unos años aún tan lejanos a la unificación de la FIFA fue Tsuboi Gendo, que terminó acostumbrándose a no entender el fútbol como una “Guerra Samurái” (así lo definió al principio).
No obstante, el fútbol era considerado más un entretenimiento de escuelas que un deporte serio –a diferencia del béisbol, implantado ya con fuerza– y los primeros combinados nipones que salen a competir contra selecciones vecinas suelen ser goleados con estrépito (como en un campeonato de Extremo Oriente donde China le mete cinco y Filipinas, 15).
Después de la Primera Guerra Mundial, un birmano llamado Kyaw Din –un señor criado entre escoceses, que gustaban del juego de pase lejano en contraposición al pelotazo a seguir inglés- comienza a sentar las bases del fútbol moderno real en Japón. Por esas mismas fechas, en 1919, la FA cede una réplica de su Copa como gesto de buena voluntad y la Federación japonesa decide montar, dos años más tarde, el trofeo que aún sigue siendo el más prestigioso del país: la Copa del Emperador.
Con el comienzo de la militarista y expansionista Era Showa –es decir, con la entronización de Hirohito– en Japón se empieza a entender el fútbol como algo más que un juego y se exigen resultados que ayuden a reforzar el espíritu nacional. Así, por fin consigue empatar a China a tres en los Novenos Juegos del Asiático en el 33 y ya empiezan a pensar en algo más serio en los Juegos Olímpicos de Berlín del 36.

En la competición celebrada en la Alemania nazi, probablemente la más politizada de la historia, la selección japonesa tenía la obligación de hacer algo grande que justificara la inversión y confianza de su Dios-Emperador. En la primera ronda les tocó en suerte medirse a Suecia en el estadio del Hertha, una de las selecciones más poderosas de aquellos tiempos que no tuvo problemas para –por mediación de Persson– ponerse dos cero al descanso. Pero, aleccionados por el técnico Shigeyoshi Suzuki los japonés despliegan en el segundo tiempo según las crónicas un fútbol veloz y de toque que desarboló a un rival que no se esperaba tal reacción. Fueron capaces de igualar y hasta de darle la vuelta el encuentro merced a un gol de Akira Matsunaga en el minuto 85, probablemente el más célebre de la historia del fútbol de aquel país. El triunfo ante los suecos compensó con creces que luego los italianos les metieran ocho en cuartos.
Las bases que tanto trabajo costaron asentar en un país tan ajeno al fútbol las destrozó la Segunda Guerra Mundial, así que la pelota no rodó con sentido en Japón hasta que ocupó el banquillo de su selección Dettmar Cramer –quien luego encumbraría a Beckenbauer en el Bayern– y, aunque Checoslovaquia les superara en los Juegos de Melbourne 4-0, el camino hacia el reconocimiento internacional de su fútbol estaba comenzado.
De hecho, en el 68 Japón brilla en los Juegos Olímpicos de México, donde consigue –tras ganar a Nigeria, empatar con Brasil y España y eliminar a Francia– una extraordinaria medalla de Bronce superando incluso a los anfitriones en la consolación.

Mientras tanto, a nivel de clubes, la primera Liga semiprofesional y profesional –la Japan Soccer League– se crea en 1965 y en los setenta se permiten la entrada de futbolistas extranjeros y, de paso, el primer profesional del balón nipón ficha por un equipo extranjero: Yasuhiko Okudera por el Colonia alemán.
No obstante, tuvieron que pasar aún dos décadas más para que el fútbol japonés tuviera una liga completamente profesional que completara el panorama de la Copa Emperador. Fue en 1992 cuando, aunque suene a chiste impulsada por la serie Capitán Tsubasa (conocida en España como Campeones), se cree la J-League. Es una competición con un sistema similar al de las ligas sudamericanas y en el que está tasado el número de extranjeros (a tres concretamente, para no limitar los talentos locales). La J-League comenzó de forma oficial el 15 de mayo de 1993 con un partido entre dos luego clásicos Verdy Kawasaki y Yokohama Marinos en el Estadio Olímpico de Tokio. Las empresas tenían un papel fundamental porque de ellas surgieron y se mantuvieron tanto el talante como el espíritu de la Liga semiprofesional. Zico fue la primera estrella internacional que juega en ese campeonato, a quien luego seguirán Littbarski, Ramón Ángel Díaz, Dunga, Schilacci o los españoles Salinas y Txiki Beguiristáin.

En ese mismo 92 Japón ganó la Copa de Asia que albergó (1-0 en la final a Arabia Saudí) y un lustro más tarde consiguió clasificarse para su primer Mundial (desde entonces no han faltado a ninguno de los otros cuatro que se han disputado). Fue una locura, como explicó así en un artículo el diario El Mundo: “25.000 hinchas pintados, con el hachimaki -la cinta con el emblema del sol naciente- anudado en la frente y gritando «¡Nippon, nippon!» animaba y festejaban la victoria de su equipo. Era el 18 de noviembre y el equipo nacional de Japón se clasificaba para el Mundial de Francia ante Irán. El lugar: un campo neutral en Malasia, a 8.000 kilómetros de Tokio. Fueron necesarios más de 62 jumbos para transportar a la hinchada. Lo que hiciera falta, porque el fútbol ha sido el encargado de devolver la estima a un país que comenzaba a vivir su época de vacas flacas, sumido en un desastre financiero tras otro”.
Benito Floro, que dirigió un tiempo al Vissel Kobe, pronosticaba antes del Mundial de 2002 que “va a ser una liga competitiva y el Mundial puede animarles más aún; pero mi corta estancia en Japón no me permite emitir un juicio más preciso”.
En ese 2002 los Samuráis Azules por fin superan una ronda mundialista en el torneo que ellos organizan y que origina una fiebre sin precedentes por este deporte en todo el país (el golpe inesperado ante Turquía en octavos no palió su euforia). La gesta la repitieron en 2010.

Y así llegamos a este 2016, donde el Kashima Antlers –la cornamenta de Kashima, lástima que no lo traduzcan al español con más frecuencia– el equipo de Zico, que tiene una estatua en la entrada del estadio donde juegan, y el que más títulos de J-League lleva (ocho) se ha plantado en la final de este Mundial de clubs.
Como escribió esta misma mañana el periodista Filippo Ricci encima de una foto de Oliver conduciendo un balón: Llevan 40 años corriendo como si no hubiera mañana sobre esta cancha sin fin… Por fin llegaron a la final!
Fuentes:
http://www.elmundo.es/larevista/num122/textos/japon1.html
http://www.jfa.jp/eng/football_museum/
https://experienciakirei.com/blogs/mundo-kirei/118545925-5-curiosidades-sobre-el-futbol-en-japon#
http://archive.footballjapan.co.uk/user/scripts/user/person_en.php?person_id=7
Realmente increíble. Un relato espectacular.
Gracias.
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Muchas gracias, Manuel¡¡ Un saludo¡¡
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