El 14 de mayo de 1938 la selección inglesa jugó un amistoso ante la Alemania nazi en Berlín. Por aquel entonces, como se había comprobado en los Juegos Olímpicos celebrados en la misma ciudad dos años antes, el “Heil Hitler” con el brazo extendido en alto era casi una medida de cortesía que los deportistas extranjeros acataban mientras sonaba el himno germano. Los ingleses levantaron su brazo a regañadientes protagonizando una imagen que quedó para la posteridad, aunque Eddie Hapgood, capitán de aquel equipo que, por cierto, ganó 3-6 ese choque, reconociera: “Estuve en un naufragio, en un accidente de tren y a centímetros de un accidente de avión. Pero el peor momento de mi vida, y uno que no repetiría por propia voluntad, fue cuando dimos el saludo nazi en Berlín”.
Esa historia –como la del, fuera del fútbol, obrero rebelde August Landmesser – son relativamente conocidas para la historia y el deporte. Algo menos famoso, pero más cercano, es lo que sucedió el 30 de enero de 1938 en un Portugal-España que se disputó en el lisboeta Campo dàs Salésias, donde entonces jugaba Os Belenenses.
Como se desprende por la fecha, el choque tuvo lugar en plena Guerra Civil española y fue utilizado para que el incipiente régimen franquista obtuviera cierto reconocimiento internacional a costa del igualmente totalitario mandato de Antonio de Oliveira Salazar. Curiosamente, Salazar y Franco no se llevaban tan bien como se sobreentiende de su complicidad durante el conflicto fratricida. De hecho, el portugués despreciaba al “inculto espadón” gallego y Franco no veía del todo sincero al luso. En cualquier caso, en uno de sus encuentros de esa época acordaron –en portugués, porque Salazar nunca quiso hablar español ni Franco un traductor dado que prefería defenderse en su gallego natal- una serie de enfrentamientos amistosos entre las dos selecciones nacionales.

Ambos coincidían en su odio a lo “rojo”, en general. Tal fue así que España jugaba entonces de azul para evitar que se asociara su camiseta a cualquier componenda comunista, mientras que en Portugal al Benfica se le había dejado de llamar “vermelho” para que se conociera como “encarnado” (denominación que aún se usa).
Pues bien, meses antes de ese 30 de enero del 38 España había recibido a Portugal en Vigo (perdieron 1-2), por lo que existía cierto ánimo de revancha y de pique entre los vecinos (sobre todo porque algún periódico portugués calificó el resultado como “a mais grande victoria depois da de Aljubarrota”. Es más, un versillo popular de aquella época decía en referencia a la ausencia del legendario portero Zamora: “Nós vamos ganhar agora/Que os vizinhos espanhois’/Sem là terem o Zamora/Nao valén dois coracóis”. Ya se sabe, los lusos y sus exageraciones.
Llegada la hora y el día del choque que podría considerarse de vuelta –que coincidió con el nombramiento del primer gobierno franquista en Burgos– se había acordado que ambas selecciones realizaran, mientras sonaran los himnos, el saludo fascista romano.
Todos acataron la orden de sus superiores… menos tres. El portero Joao Azevedo y los jugadores Amaro y Quaresma –los tres de Os Belenenses– se negaron a levantar la palma extendida. Alfredo Quaresma –tío de Ricardo Quaresma- dejó sus brazos pegados al cuerpo mientras que Azevedo y Amaro sí lo levantaron… pero con el puño cerrado. El gesto de Amaro, a quien llamaban en Portugal el “Einstein del fútbol”, fue especialmente comentado por el carácter bohemio del jugador, que durante los cuarenta se dedicó a las luchas sindicales.

Naturalmente, la actitud de los tres de Os Belenenses no pasó inadvertida para el régimen del Estado Novo. La censura impidió que el periódico Stadium publicara la foto original (colocó otra retocada a lo Goebbels) y la policía política lusa –la PIDE, como la Brigada de Investigación Social- les interrogó incluso encarcelando a Amaro. Según Alfonso de Melo, que escribió el libro Cinco escudos azules, el gesto fue “una exhibición pública de coraje y de convicción, que marcaba su personalidad y una cierta identidad del Belenenses, campeón ocho años después” (por vez primera y única en su historia). Algo menos elevado, pero tal vez más auténtica fue la explicación de Quaresma 66 años después en una entrevista para Record: “no fue algo premeditado fue natural, tenía muchos amigos comunistas y opositores”.
En el ABC de la Sevilla dominada por Queipo de Llano del 1 de febrero se contó que “la vida deportiva en la zona roja ha fallecido por completo”, que “no es fácil condensar en unas ligeras impresiones los agasajos y las fiestas recibidos en estas tierras”, que la Legión Portuguesa abrió sus puertas a las Flechas y Falanges de Medina o que se ofició “una Santa Misa tras la cual un camarada catedrático dio un discurso”. Del puño al aire de los tres portugueses ni una palabra. Claro.
Fuentes:
García Candau, Julián: «EL DEPORTE EN LA GUERRA CIVIL», ESPASA, 2007
http://www.marca.com/reportajes/2011/12/el_poder_del_balon/2012/11/07/seccion_01/1352246130.html