Periodismo (poco) deportivo

Furio Colombo ya anticipó en 1997 que los nuevos medios hacen el trabajo del periodista “inmensamente más fácil e inmensamente más difícil”. La inmediatez de la televisión vinculada a internet obliga muchas veces a parir una noticia -porque las noticias “nos nacen”, no nacen parafraseando a Unamuno- y muchas veces a abortarla en el tiempo que se tarda en teclear un par de veces un botón.

El problema no es la exigencia de los mandamases, en muchas ocasiones desmedida, de rapidez para superar al rival por la audiencia. Ni tampoco las hordas de tuiteros rancios –de cualquier bando, porque en España sólo hay bandos y bandas– que ansían carnaza para despedazar a su enemigo favorito –hoy Piqué, otro día CR7 y a menor escala (en su escala, claro) unos futbolistas del Éibar a los que han pillado follándose a una mujer o un portero del Sporting que parece mirar mal a unos aficionados-.

No. Eso son contingencias. Puede pasar un caso aislado. Nos podemos equivocar señalando, prejuzgando y apuntando. Son errores graves porque el periodista tiene en sus manos –he aquí su poder- la reputación de un profesional. Y, en el mundo del fútbol, la reputación muchas veces cuesta contratos.

El principal problema realmente radica en que lo que era excepción ya es norma. Y viceversa. El mundo del periodismo deportivo se ha convertido en una carrera en la que los bólidos de la comunicación tratan de llegar lo antes posible al morbo atropellando, sin excepciones, conceptos antaño valiosos como la ecuanimidad, la objetividad, la imparcialidad y, sobre todo, la verdad.

balon-charco

No sé si Piqué es independentista ni si CR7 se corre juergas salvajes en Marruecos. Me da igual. Tampoco me aporta nada ver a dos jugadores del Éibar cabalgando sobre el cuerpo desnudo de una mujer. Ni siquiera comprobar si Cuéllar miraba con cara de odio a la afición del Deportivo o es que simplemente tenía gases (o lo que luego sucedió en realidad). No hay excusas. Twitter no es el becario de la redacción, por mucho que todos abusemos del pajarito chivato.

Probablemente haya quien piense que mi trabajo –concretamente el mío no, pero sí el de otros periodistas que cubren Primera y fútbol internacional- consiste en sacar eso a la luz. He escrito probablemente… pero no tengo ninguna duda de que hay muchos que no tienen ninguna duda al respecto. Son los mismos que no tienen reparos en culturizar en el odio por intereses meramente mercantilistas a una masa crítica fácilmente influenciable como la española (Borrow escribió en su día que en España “escribir es llorar”), donde a la mínima uno puede retrotraerse a 1939 o a 1714. Y no son medios locales, precisamente, los que están apostando por esta línea amarillista.

Cuando Cuéllar gritó el otro día sus improperios –los que afearon un discurso con un fondo coherente- o cuando esta noche Piqué hizo el corte de mangas de su retirada de la selección estaban poniendo en tela de juicio la rama de una profesión en la que hay excepcionales profesionales, unos cuantos mandados y otros tantos sin escrúpulos. Mientras se sea capaz de separar el grano de la paja, todo podrá seguir funcionando como si nada pasara. Pero, claro, un día lo mismo todo estalla y por culpa de algunos–si es que no se le pone coto- el sistema se viene abajo. He trabajado en los dos lados del teatro y soy consciente de los sentimientos que suscitamos en los profesionales del balón los periodistas.  Al final, con estupideces como las de las últimas semanas damos peso a quienes dentro de las instituciones apuestan por la bunkerización y el aislamiento.

Y, ¿se imaginan una España en la que se dejara de hablar en los medios de fútbol? Lo mismo entonces hasta la gente se da cuenta de lo que tiene encima. Menudo drama.

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