El santuario del fútbol de Águilas

El fútbol es la religión del siglo XXI –según Manuel Mandianes- “disuelta, líquida, a la carta y que borra aquello mismo que ejecuta”. Pues bien, en Águilas –un precioso pueblo joven que diseñó a mediados del XVIII el ingeniero croata Vodopich para Carlos III- mantienen con cariño y entre algodones esa religión líquida junto a muchos recuerdos peloteros en un Museo del fútbol aguileño que es, sentimentalmente y en su modestia, también un lugar para la evocación y la nostalgia.

Pero antes de las anécdotas, leamos la pura historia. Aunque tal vez casi no se sepa o no se haya tenido nunca en cuenta, el fútbol español le debe muchísimo a Águilas. Casi al mismo tiempo que en Huelva o Tarragona comenzaban a pelotear también lo hacían unos cuantos mineros ingleses en este rincón de Murcia. En 1896 se funda el Sporting Club Aguileño, que fue el mejor club de la región durante toda la primera década del siglo XX. Se dice incluso que hasta 1907 no encajó ningún gol.

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Durante todos estos días gloriosos en los que ningún trofeo se podía ganar porque no había trofeos oficiales que ganar, se cree que el Águilas ya jugaba en El Rubial, justo en el mismo vetusto campo en el que aún sigue jugando el equipo heredero de aquel Sporting. Por eso sostienen allí que su campo es el más antiguo de España, aunque oficialmente lo sea el de El Molinón –1908-. En el Museo del fútbol aguileño exponen la primera fotografía de El Rubial, pero no está fechada ni por aquella época existía diario alguno en la localidad que pueda dar fe de que allí ya se jugaba al fútbol (el primer medio local, Vida Aguileña, nació en 1913 y la primera crónica conocida -Sociedad Levantina-Sporting Club- fue escrita el 19 de enero de ese año por el periodista Pedro Fernández).

El mérito que nadie le puede quitar a Águilas es el de albergar el trofeo de fútbol más antiguo del país. Desde 1901 hasta la fecha se disputa un bolo veraniego entre el representante de la ciudad y el de la vecina Lorca (este año ganó el Lorca 0-1).

Águilas ha sido, además, centro irradiador de episodios singulares de este deporte. Como el que se vivió a las tres de la tarde del 1 de noviembre de 1912 en Orán. Ese día y a esa hora el C.D. Aguileño se convirtió en el primer equipo español que disputó un partido en otro continente. Tal expectación causó la visita a la ciudad argelina del cuadro español que se llegaba a anunciar en el diario local L’Echo Sportif el envite como un partido oficioso entre España y Argelia. Por cierto, jugaron dos partidos los murcianos en Orán, empataron el primero a uno y perdieron el segundo 1-0. Se desconoce quién marcó el gol de los aguileños.

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En el Museo del fútbol aguileño se recuerdan esas batallas con imágenes y documentos, como cuando en 1919 el Águilas tuvo que renunciar por falta de dinero a jugar ante el Sevilla los cuartos de final de la Copa por falta de dinero. Enmarcados y bien visibles también los carteles anunciadores de los partidos que jugaban los equipos locales contra los marineros de los vapores Lemington o Tenderten y un simpático anuncio que insta a los aguileños a salir a las calles a recibir a las puertas de Lorca a Ricardo Zamora: “Nos es grato comunicaros que tras laboriosa gestión, al fin hemos conseguido para regalo de la afición un MAGNO ACONTECIMIENTO DEPORTIVO”.

O cuando visitó la localidad en el 50 Ladislao Kubala para ser bautizado merced a la mediación del presidente de la Federación Armando Muñoz Calero. Fue Muñoz Calero, aguileño y en cuya calle se encuentra el Museo, el principal impulsor del fichaje del húngaro por el Barcelona tras hacerle refugiado político y, naturalmente para los cánones de la España franquista, católico. Muñoz Calero fue su padrino y, a cambio, obligó a Cañoncito Pum a vestirse con la albiazul del equipo de su pueblo para una pachanga ante el Valencia. Una foto lo prueba.

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En la única (pero espaciosa) sala hay una colección de botas –alguna cedida por profesionales como Cañizares o el ex entrenador del Águilas Miguel Rivera-, el silbato de principios de siglo pasado del árbitro-entrenador John Gray o las fichas federativas de jugadores y técnicos queridos en la ciudad de todos los tiempos, desde el conocido como “El Monterúo” hasta Anquela o los tres hermanos Meca que llegaron a jugar juntos en el Águilas–uno de ellos llegó a militar en el Real Madrid-.

Con el mismo respeto pero diferente cariño por sus respectivas gestiones, el simpático vicepresidente de la Asociación del fútbol aguileño Antonio de la Rosa explica al visitante que rigieron el club primero Trinitario Casanova –el millonario que le ha comprado el Edificio España de Madrid a los chinos-y luego Antonio Vicente García, quien llevó el club a la ruina y obligada refundación en 2010.

No podía faltar un recuerdo al hijo más famoso de Águilas. Paco Rabal comparte sonriente una alineación en una fotografía en blanco y negro con Lorenzo Soto, el abuelo del actor Edu Soto –el Nen de Castefa, entre otros-.

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Águilas nunca ha visto fútbol más allá de Segunda B –su mejor registro lo alcanzó en 2006 quedando segundo en su grupo de Segunda B y siendo eliminado en el play-off por el Alicante-, pero en Águilas se han vestido de corto gracias a Muñoz Calero y a su Museo Di Estefano, Ramallets, Basora, Samitier, Quincoces, Puchades, Kempes, Bebeto, Fernando Torres, Sergi, Nadal, Camacho o Djukic. Todos tienen su hueco y su aportación en ese santuario modesto que, gracias entre otros al periodista aguileño de la SER Pedro Morata, aguanta estoicamente los envites y los vaivenes de un deporte que, siendo una religión, está cada vez más en manos de mercaderes y de mercachifles.

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