Cuando subimos a Segunda

30 de junio y vuelvo de hablar del Córdoba, claro. Hubo un tiempo en el que Segunda división era un El Dorado en el que creer. Unos años –en mi caso cinco, en los casos más extremos hasta 17- en los que Sísifo subía una piedra a base de millones hasta una cima para que luego volviera a rodar siempre hacia el lado de la pena. Pasamos por lo del Mensajero y el Sestao, por lo de Valle Gil, por el Deportivazo… y hasta por la pareja de comunitarios Bukran-Nyysönnen que muchos bendijimos como si con ellos el Córdoba se fuera a abrir a un mundo diferente, a un nuevo horizonte (y diferente sí que fue: Con ellos jugando ni entramos en la célebre liguilla). Tiempos en los que nos entrenó hasta Pacuco Rosales, nombre que suena a cantaor y a torta al mismo tiempo, pero que en las Islas Canarias ha cosechado unos éxitos indiscutibles. Todo lo que funcionaba fuera, de hecho, se estropeaba aquí.

Así llegamos al año 1998. Ya nadie recordaba el eslogan de “Con el Córdoba a Primera” (sin pasar por Segunda). Los calendarios que repartían en el Viejóven Arcángel venían acompañados de la frase “los tiesos también saben hacerlo” (doble o triple sentido… o no).

ascenso 2

Aquel equipo era una mezcla. Un collage que aunaba lo que Rafael Gómez había dejado a base de pasta y lo que la nueva directiva presidida por Oviedo pudo incorporar casi tirando de corazón y amor propio (el de los jugadores, sobre todo). De firmar inciertas estrellas a incorporar a gente del barrio, de la casa. Regresó el centrocampista Lanza del Valladolid B para impulsar su carrera y volverse a marchar. También volvió Alfonso Espejo, la loncha mecánica, después de haber tenido que ganarse la vida en Estepona, Écija, Vélez y Huelva (el Recre había subido la temporada de alguno para meternos más envidia en el cuerpo). Junto con los egresados y retornados, un puñado de jóvenes talentos en ciernes (Rafa Fernández, Jorge García, Jesús, Nacho Garrido y Requena) y dos refuerzos en toda la extensión del término: Juan Carlos Ramos (que también tuvo un efímero paso anterior por el club) y el entonces chaval Óscar Muñoz Ventaja.

El año fue tan complicado como se esperaba. El coraje y la sabiduría de Pedro Campos no terminaron de hacer calibrar a un equipo acuciado por los problemas económicos y una derrota en la jornada 15 ante un gran Sevilla Atlético (uno de goles de Marcos Márquez) precipitó su despido. Cuando le echaron y contrataron a Pepe Escalante nadie creía realmente en jugar una liguilla de ascenso que pillaba entonces a nueve puntos.

Pero el de Ciudad Jardín es un entrenador pragmático y afortunado. Loreto salvó su estreno ante el Polideportivo Almería y luego las goleadas ante los flojos Isla Cristina (7-0) y Moralo (0-5) le dieron crédito a un grupo que se tiró 17 partidos sin perder a pesar de haber perdido al mago Miguel Ángel, que vino como si fuera Maradona del Leganés y salió huyendo en cuanto vio una oferta de Segunda al Toledo en mitad de la temporada. En mitad de esa gran dinámica, un encierro por la tiesura y los impagos que ayudó a resolver en directo el mismísimo José María García. El Córdoba funcionaba a pesar del Córdoba. Era una plantilla unida y con una calidad que casi nadie conocía ni en el propio grupo ni entre la afición ni en la ciudad (bueno, en la ciudad nunca saben nada del Córdoba).

E:userspmerinoEscritorio30j0001.JPG - HOR - Formacion del Cordoba C.F. Equipo del ascenso en Cartagena. 30 de junio de 1999.  - CARTAGENA
E:userspmerinoEscritorio30j0001.JPG – HOR – Formacion del Cordoba C.F. Equipo del ascenso en Cartagena. 30 de junio de 1999. – CARTAGENA

Dos derrotas ante el Melilla –siempre jodiendo el Melilla– y el Sevilla Atlético –ídem de lo mismo- complicaron una clasificación para el play-off que se conquistó con tres triunfos contundentes (0-4 en Isla Cristina, 3-0 al Moralo y el 0-2 de Plasencia con la célebre toma de la Bastilla-invasión de campo previa).

Y en el play-off, claro, empezamos perdiendo. En León, en un partido tonto que podríamos haber ganado y con un gol de un suplente llamado Meca que al año siguiente ganaría una Champions con el Madrid por jugar 29 minutos ante el Dinamo de Kiev. Contra el Racing de Ferrol y en un Arcángel medio vacío nos salvó un gol de cabeza de Espejo en el 83 (cuánto dio Espejo al Córdoba y qué poco se le recuerda). Luego llegó el 5-0 de Malata tras un viaje infame y en mitad de un día en el que el fútbol parecía estar en un segundo plano. Ahí se había terminado todo. El Córdoba iba a ser un cadáver deportivo en sus tres últimos episodios que le quedaban. Pero el Cartagonova desconocía que el Córdoba es mejor cuanto más muerto está.

Escalante y los suyos, lejos de los focos ya y sin casi apoyos, salvaron dos match-ball creciendo en fútbol y confianza. Llegaron a la cita del 30 de junio ante un equipo que ya tenía el champán enfriándose y que ni siquiera quiso darle un huequito a la esperanza a los seguidores visitantes. ¿Para qué queréis venir, si vamos a subir nosotros? Pensarían.

Y esa tarde-noche vivimos una vida en tres actos. Exposición: gol de penalti que no fue de Keko. 1-0. Nudo: puñetazos de gloria de Ramos y Óscar, los dos refuerzos traídos por la Providencia, en sendos misiles que Trujillo adornó con dos estiradas manieristas e inútiles. Desenlace: Litri exhibiendo su San Rafael mientras la expedición se guarecía en el vestuario.

Yo estaba en Madrid, en mi Colegio Mayor. Viví el ascenso encerrado en una habitación a través del móvil.No había radio. No había internet. Sólo había angustia. Cuando mi padre me confirmó lo que sonaba por la radio de fondo, grité y lloré.

Al día siguiente, con la resaca, muchos corrimos a comprar el Marca. Ver el escudo en la tabla de los refuerzos de Segunda división supuso una sensación para mí –supongo que para muchos cordobesistas más- como la de quien descubre el color o como quien escucha una canción muy vieja pero bien versionada.

Subiremos muchas más veces y viviremos muchas más historias. Pero a Segunda, muchos, siempre habremos subido en Cartagonova el 30 de junio de 1999.

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