El Rayo, el equipo del que no soy, se ha ido a Segunda.
Con él, se ha ido Doña Carmen Martínez, la anciana de 85 años que vivía en Entrevías hasta que quisieron desahuciarla y a la que Vallecas patrocinó. Con él se han ido los Bukaneros, adalides de un movimiento más que de una hinchada, en plena reivindicación constante y romántica a base de tifos y saltos contra los vientos que quieren convertir el fútbol en algo más lucrativo, pero mucho menos divertido.
Con él, se ha ido también aunque ya no juegue Cota, un capitán de los de verdad, que un día les dijo a los periodistas que vería al Rayo en la UEFA, aguantó sus risas y luego no paró hasta dejarles en evidencia. Con él se ha ido Paco Jémez, un hombre que en el momento del adiós demostró humanidad en forma de dos lagrimones en los que rebotaban los aplausos de una afición que entendió y reconoció que, a veces, mérito y culpa no casan bien. Con él se ha ido también el Sankt Pauli, hermano de sufrimientos y que resiste en el barrio gamberro de la señorial Hamburgo, donde no es difícil encontrar carteles y símbolos de La Franja. Con él, claro, se ha ido un campo pequeño y manco de un fondo, que retumba y ruge como muy pocos en España en las buenas y en las malas.
Con él se ha ido, en suma, una cara multicolor como su camiseta reivindicativa del (muchas veces y en muchas latitudes) gris, desnaturalizado, homogéneo, pálido, triste y bipolar fútbol estatal. Con él se ha ido un equipo que se llama Rayo, que ya es raro de por sí. Con él se ha ido un equipo de barrio que es capaz de generar admiración también en gente que no vive en un barrio. Con él se ha ido una forma de rebeldía ante la lógica. Una forma de vivir. Pirata para algunos. Sana e imposible de resistir para quien la siente.
A Vallecas he ido unas cuantas veces en mi vida. Siempre para ver o para hablar de fútbol. Claude Simon pensaba: “no trates de recordar cómo fueron las cosas, eso nunca lo sabrás” y de Javier Marías recuerdo una frase sobre el tema: “el olvido siempre es tuerto” (porque siempre hay un analista que espera al acecho con su lupa y su microscopio). Sirvan de consuelo si algún rayista de verdad, no postizo como yo y apenas a ratos, está leyendo estas líneas los versos que el holandés Jules Deelder dedicó a un gol de Van Basten: “Se alzaron aplaudiendo de sus tumbas/Los que cayeron/se alzaron aplaudiendo de sus tumbas”.
El año que viene, si nada cambia por aquí, iré a ver otra vez al Rayo a Vallecas. Será en Segunda, sintiéndome parte de un espectáculo de Primera.