El día que Guardiola defendió a Mourinho de Luis Fernández

Semana de clásico, semana en la que (casi) toda la España pelotera y pelotuda se viste de merengue o blaugrana y busca –obviando circunstancias, presente y pasado reciente- vencer y si es posible humillar hasta hacerle sangrar al eterno rival.

Hasta hace no mucho, ya no, el enfrentamiento lo polarizaban dos formas de entender y ver el fútbol encarnadas en dos enemigos aparentemente irreconciliables. Pep Guardiola y José Mourinho. Dos que, en su momento, compartieron vestuario y confidencias. Dos que, un día, se ayudaron mutuamente contra un tercero.

Esta historia sucedió en 1996, un 23 de noviembre y en un Athletic-Barça que se disputó en San Mamés. En el banquillo del Barcelona se sentaba el flemático y carismático Bobby Robson y, a su vera, su segundo (y traductor) Mourinho. En el local, el machote Luis Fernández calentó toda la semana el encuentro a su modo. En una rueda de prensa previa al encuentro dijo desconocer quién era Mourinho (“yo conozco a Bobby Robson, Mourinho… ¿quién es?”) antes de amenazarle: “que tenga cuidado, que los banquillos en San Mamés están muy cerca, que se quede sentado”. También contó en esa misma comparecencia que no le tenía miedo a Ronaldo e insinuó que Figo era un piscinero.

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Esa semana ya de por sí había sido curiosa en el Camp Nou porque estaban negociando a duras penas las primas de la temporada mientras incorporaban a filas al luego bluf Ciric y le regalaban una camiseta de Ronaldo a Alonso, el hijo de Aznar que jugaba en el fútbol base del Madrid, después de que le metieran seis a su equipo, el Valladolid (eran otros tiempos, desde luego).

Y Luis Fernández, que como dijo el Mundo Deportivono es ni un loco ni showman” agitó un poco el asunto para soliviantar a su hinchada. Robson le contestó en la previa diciendo que “él sí sabía quién era” el francés porque “procuro conocer a mis rivales” antes de apuntar que “al Athletic le gustaría ser el Barcelona. Esa es la intención de su entrenador, según las referencias que me han llegado”. Bueno, en realidad quien dijo esas palabras fue Mourinho –entonces traductor, recordemos-. Figo también le contestó diciendo que a él le gusta más la playa y el mar que la piscina. Vamos, lo típico.

Llegó el partido y el franco-tarifeño no paró quieto en la banda. A lo largo de los noventa minutos, gritó, gesticuló, se enfadó, se alegró, vio una cartulina amarilla y en el momento de máxima tensión tras una entrada sobre Giovanni se fue hacia el banquillo del Barcelona regateando al cuarto árbitro, pero no para encararse con el bonachón de Robson, sino con un todavía inexperto José Mourinho. El portugués en un primer momento salió del banquillo, luego reculó y finalmente, como espadachín en duelo, lanzó su índice al cielo de Bilbao. El mismo que luego entraría en el ojo de Vilanova ante el bigotón del mítico (y educadísimo) Observer. El mismo que señalaría luego sin misericordia, entre otros, a un Pep Guardiola que entonces era jugador y estaba de su lado. Así que cuando terminó el partido –que por cierto ganó 2-1 el Athletic remontando- fue Pep Guardiola quien tomó de la cintura a Fernández y le señaló con el mismo dedo índice con claras intenciones reprobatorias.

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Quién iba a decir una década después que un día después esos dos dedos que apuntaban en la misma dirección iban a enfrentarse para, de paso, enemistar eternamente dos concepciones del juego e incluso dos formas de entender una misma pasión.

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