Joan Capó, ‘o porteiro descapotable’ que compartió vestuario con Cruyff

El cromo de Ediciones Este le congeló para siempre en el momento de sacar de portería. Mirada fija en la pelota Adidas Tango, publicidad de Logic Control en el torso y frente poblada a partir de casi la nuca. Como un Sazatornil vestido de corto y haciendo de Laooconte. Joan Capó fue uno de esos profesionales del balón que han pasado al recuerdo de una generación como brillantísimos actores secundarios. Imposible evitar sus ocasionales estiradas en Estudio Estadio. Y su calva, claro. Se parecía a la de mi abuelo y por eso me caía bien. Además, entonces defendía al Sabadell, equipo al que siempre había que ponerle el epíteto “arlequinado” y que sonaba fenomenal en las emisiones radiofónicas.

Capó nació en Ciutadella (Menorca), en el 54. Tras despuntar en Tercera en el Atlètic de su ciudad, los ojeadores del Barcelona le empiezan a seguir con apenas 17 años. Llega al club culé en el 73, el mismo año en el que aterriza Cruyff. Vive primero en una pensión y luego en casa de unos amigos de Ciutadella mientras comparte vestuario con Neeskens, Sotil, Rexach o Asensi. Es el tercer portero detrás de Sadurní y Mor y desde ese papel secundario contribuye a conseguir la Liga 73-74. El único trofeo –si descontamos sus muchos méritos en Segunda- en su palmarés.

Capó Sabadell
Cromo de Joan Capó con el C.E. Sabadell de Ediciones Este (todocoleccion.net)

 

Después de ser suplente en el Barcelona Atlético la temporada siguiente, la llegada de Pedro Artola a la cantera blaugrana le envía primero al Terrassa y luego al Sabadell –que entonces estaba en Tercera-. Entra en la leyenda del club albiazul mientras cumple con la mili, ascendiendo a Segunda. Después de tres temporadas de Plata en la Nova Creu Alta el Celta se hace con sus servicios por cuatro millones de pesetas.

Los vigueses anhelan retornar a Primera… pero terminan en Segunda B. Después de una temporada desastrosa –la 79-80- quedan decimoséptimos y bajan. Capó se queda y los vigueses, gracias a la mano del serbio Pavic, consiguen en dos años pasar de la tercera a la primera categoría. Capó es suplente primero de Hortas y luego de Javier Maté.

Por fin, el 3 de octubre del 82 debuta como futbolista de Primera en un encuentro ante el Málaga (pierden 1-0 por culpa de un gol de José Hurtado). Allí le colocan el certero mote: “O porteiro descapotable”, haciendo juego con su apellido y su alopecia. Resulta casi tan icónica su imagen por aquellos lares como podría ser la del guitarrista de Barón Rojo Carlos de Castro (no, tanto no, esa comparación resulta exagerada). El Celta desciende y Capó decide regresar al Sabadell, que milita en Segunda B.

Allí, entre el 83 y el 90, se forja la imagen del Capó que frikis de una generación recordamos. Un portero que nunca tenía garantizada la titularidad pero que, cuando tenía que trabajar, siempre cumplía. Ayudó a subir a los vallesanos a Segunda y luego a Primera del tirón. Esa temporada –la 85-86- fue la mejor de su carrera. Jugó todos los partidos -38- y fue el portero menos goleado junto con el murcianista Ferrer (30 veces recogió la pelota de las redes nada más).

Sin embargo, de vuelta en la élite, le perjudica el despido del técnico Uribarri –arquitecto del ascenso y para quien era indiscutible-. José Martínez confía en Manzanedo –también fácilmente reconocible por su bigotón– y le deja sentado en el banquillo más veces de las deseables. Destacan en aquel Sabadell el paraguayo Ramón Ángel Hicks (siempre había que decir sus dos nombres antes del apellido, no sé por qué), Costa, Lino o el mismísimo Perico Alonso.

Tras una temporada en la que no juega nada –o lo que es lo mismo: Manzanedo lo disputa todo- y el Sabadell regresa a Segunda, la rivalidad entre calvo y bigotudo se decanta por el primero en la 88-89. Finalmente, en la 89-90, tras sumar 233 encuentros entre Primera y Segunda (y otros tantos en categorías no profesionales), el portero descapotable se retira a los 36 años para volver a su Menorca natal. Allí ha montado una tienda infantil y es feliz con su familia. Si van a visitarle, no le esperen con peluca (supongo). Grande, Capó.

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