Saadi, el hijo de Gadafi que no pudo comprar su propio talento para el fútbol

Saif al Islam, uno de los hijos de Muamar al Gadafi, ha sido condenado a muerte en rebeldía en Libia junto a otros ocho responsables del anterior régimen acusados de graves crímenes. Saif es el primogénito de los ocho vástagos reconocidos por el ex director libio e iba a ser su sucesor en el poder.

Otro de sus hijos con cargos impuestos por el dedo de su padre fue Al-Saadi Gadafi. Un tipo muy singular y cuya historia es una mezcla que aúna el lujo con el nepotismo y la megalomanía. Y, por supuesto, con su pasión por el fútbol.

Saadi delante de Saviola, su gran ídolo
Saadi delante de Saviola, su gran ídolo

Con apenas veinte años, Al-Saadi ya se había graduado en la Academia de Ingeniería Militar de Libia pero, desafiando el mandato familiar se empeñó en explotar su veta de pretendido deportista. “Debes ser algo más que futbolista; eres más grande que eso”, solía decirle su padre.

Gadafi senior se lo quiso poner fácil. En su país primero estuvo en el Al-Ahly y luego en el Al-Ittihad, ambos de la capital Trípoli. Su padre le regaló este segundo club, así que no le resultó complicado hacer las veces de presidente, manager, capitán y principal estrella. Para su mayor regocijo contó el asesoramiento de estrellas del deporte mundial como Ben Johnson y Diego Armando Maradona. Al-Saadi era. además, el presidente de la federación de fútbol de su país, así que todo el pescado estaba vendido. “Normalmente juega los 90 minutos; sólo se le cambia cuando quiere. Las cosas son así y no sirve darle vueltas”, reconocía su entrenador por aquel entonces, el italiano Giuseppe Dossena.

Sirva como ejemplo de su poder una anécdota. Cuando jugaba en el Al-Ahly se enfrentó al Bengasi en lo más parecido a un derbi que hay en Libia. En ese encuentro, el Bengasi se encontraba arriba en el marcador por 1-0, pero de manera `curiosa’ el árbitro le concedió dos penaltis al club de Trípoli, además de no haber anulado un gol en fuera de juego. Furiosos, los jugadores del Bengasi trataron abandonar el terreno de juego, pero los guardias armados de Al-Saadi lo impidieron y les obligaron regresar al mismo para perder su encuentro como Gadafi mandaba.

150 partidos jugó en los dos equipos más poderosos de su país. Incluso alcanzó la internacionalidad (¿cabe recordar que era el presidente de la federación?) en una selección libia que poco después fue entrenada por, ojo, Bilardo (técnico que dijo de Al-Saadi que: “Le gusta jugar, es un camión”, juzguen ustedes mismos).

El hijo de Gadafi ante Del Piero en el único partido que jugó en el Perugia
El hijo de Gadafi ante Del Piero en el único partido que jugó en el Perugia

Pero, como Nerón, llegando al año 2000 entendió Al-Saadi que su talento con el balón era desaprovechado en un país como Libia. Que él merecía mayores cotas como centrocampista (de eso jugaba). Dicho y hecho. Primero trató de disfrutar de la Champions, aunque fuera de un partido de previa nada más, militando en el modesto Birkirkara maltés. Su fichaje, por motivos geoestratégico-políticos más que deportivos, no cuajó.

Así que optó por la vía más rápida. Con la empresa petrolera que le regaló padre se fue al Calcio y se hizo accionista de la Juventus (un 7,5 % de su capital, para ser exactos). Lástima para Al-Saadi que el técnico fuera un tipo serio como Lippi y que, tras ver sus escasas cualidades, apenas le dejara vestirse para los entrenamientos.

Pero Al-Saadi no se rendía. Primero cumplió su sueño de jugar con el Al-Ittihad en un estadio de categoría mundial como el Camp Nou y ante todo un Barcelona. Lo hizo el 2 de abril de 2003 y la pachanga le costó 300.000 euros. 5-0 le ganó el conjunto blaugrana dirigido por Antic. Tras el encuentro, Motta dijo de él: “La toca bien, pero está a otro nivel”. Sin explicar a qué tipo de nivel se refería. Unos días después, en ese mismo mes de abril, logró que la selección argentina de Bielsa viajara a Libia para disputar un amistoso, que ganó 3-1. Pagó un millón de dólares con vistas a que sonara Libia para organizar el Mundial de 2010.

Saadi, en la Sampdoria. Ni debutó.
Saadi, en la Sampdoria. Ni debutó.

No obstante, la obsesión de Al-Saadi era sentirse el nueve auténtico que llevaba en su camiseta en el Calcio. Así que en ese misma verano de 2003 fichó por el Perugia de la familia Gaucci. Su presentación, por todo lo alto, tuvo lugar en un castillo del siglo XIII en la villa de la Torre Alfina en Umbria. Para el acto contrató a seguidores para que fueran a corear su nombre. «No tenemos ninguna necesidad de publicidad. Esta es otra apuesta para nosotros. Estoy apostando mi reputación en esto», dijo Luciano Gaucci, el dueño del club. En ese año el hijo de Gadafi logró un hito histórico: fue castigado por dopaje por nandrolona sin ni siquiera haber llegado a debutar. Tres meses de castigo que no le amedrentaron. Por fin, en un partido de la 2004-2005 el técnico Serse Cosmi, lo sacó al campo quince minutos, lo justo para que Al-Saadi pudiera presumir de haberle ganado a la Juventus, a la sazón su propio equipo (1-0).

Al año siguiente, fruto de su interés por disputar la Champions y a pesar de apenas haber jugado treinta minutos en dos años en el Perugia, logra colarse en el Udinese. Pero en el cuadro del Friuli el técnico, curiosamente otra vez Cosmi, le concedió apenas los últimos diez minutos del último partido de Liga, contra el Cagliari (2-0), cuando ya no se jugaban nada. Aún llegó a firmar por la histórica Sampdoria, pero afortunadamente para la historia del club genovés no llegó ni a debutar.

Saadi Gadafi, detenido en su país
Saadi Gadafi, detenido en su país

Después ya se vio mayor, o se vio sin fuerzas… o se cansó. Para colmo, su querido mecenas perdió el poder (y la vida) en su país y Al-Saadi dejó de correr detrás de un balón para empezar a correr a secas. En 2011 se exilió a Níger, pero el año pasado le extraditaron a su país para ser juzgado –entre otras cosas- por el asesinato de su compatriota futbolista Bashir al Riani.

Al-Saadi ahora suspira entre rejas por los tiempos en los que, ni con todo el oro del mundo, pudo llegar a comprar lo que el talento no le quiso –tal vez en justicia- dar.

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