De lo de ayer y del origen de la Grecia moderna

El ‘no’ de Grecia a los recortes expresado en su referéndum de ayer ha supuesto, para el pensamiento liberal-conservador, su canto del cisne en la zona euro y –en consecuencia- como miembro de pleno derecho de la Unión Europea. Puede ser un buen momento para recordar cómo surge el moderno estado helénico (su nombre oficial es ése) y la importante influencia que el concepto paneuropeísta tuvo en ese histórico momento del siglo XIX.

Estamos en 1821. Lo que ahora conocemos por Grecia ha vivido durante más de 250 años bajo la soberanía del Imperio Otomano. Su antiguo esplendor clásico y luego bizantino languidecen. El romanticismo, que impulsa el sentimiento nacionalista en muchas otras latitudes, adquiere aquí una repercusión especial a causa del filohelenismo, una corriente que trata de recordar y encumbrar los lejanos tiempos de Leónidas, Temístocles, Milcíades…

"La matanza de Quíos", cuadro de Eugéne Delacroix (1824)
«La matanza de Quíos», cuadro de Eugéne Delacroix (1824)

Así, toda Europa comienza a interesarse por un alzamiento que nace en las montañas –como casi todos los levantamientos populares- tras la negativa del Pachá-gobernador de Atenas a enviar su tributo a la corte del Sultán en Estambul. Uno de los primeros en alabar esa insurrección fue, qué cosas, el rey Luis I de la muy germana nación de Baviera. El abuelo del monarca loco –sería por eso, dirán ahora los plutócratas- explicó entonces que “Europa tiene una deuda enorme con Grecia […], les debemos las Artes y las Ciencias”. También apoyaron esa revolución griega intelectuales como el cubano José María Heredia ( dijo mirar a “Grecia lanzar a sus tiranos indignada” mientras suspiraba por que sus compatriotas hicieran lo mismo con los españoles) o el más célebre de todos, Lord Byron  (“¿Quién se pondrá al frente de tus hijos dispersos?/ ¿Quién te liberará de una esclavitud a la que estás demasiado habituada?”), que precisamente falleció combatiendo por lo que creía justo en la batalla de Missolonghi.

La guerra comienza fatal para los intereses helénicos, porque cuentan con un ejército poco disciplinado y amateur ante los experimentadas fuerzas turcas. En 1822 en Epidauro se proclama una declaración de independencia provisional a la que asirán los románticos luchadores con fe mientras son derrotados e, incluso, masacrados (como en Quíos, la escena que, idealizada, aprovechó el francés Eugéne Delacroix para pintar uno de sus más célebres cuadros).

Pero en 1827 todo comenzó a cambiar merced a la paliza que una armada coaligada de Inglaterra, Francia y Rusia le propinó a la turcoegipcia en Pilos (o Navarino). Un año antes, la heroica resistencia en el asedio a Missolonghi (donde murió Byron) ya había terminado de convencer a la opinión pública europea de que los griegos merecían una oportunidad como Estado independiente.

"La batalla naval de Navarino", cuadro de Ambroise Louis Garneray  (1827)
«La batalla naval de Navarino», cuadro de Ambroise Louis Garneray (1827)

Con la inestimable ayuda de una fuerza expedicionaria francesa y de los rusos (que peleaban, como casi siempre, por su expansión), los rebeldes terminan venciendo y obligando a los turcos a firmar el tratado de Adrianópolis (1829). Así da comienzo a tres años de anarquía que finalizan con la imposición de un monarca… adivinen de dónde… sí, alemán. Otón I de Baviera fue el primer rey de la Grecia independiente por decisión de los países más importantes del continente. Duró poco, pero la rama dinástica que más ha gobernado en ese país ha sido de ese origen –los Glücksburg o los Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg, todos con el sello de la aristocracia teutónica-. Por cierto, esa dinastía dejó de gobernar por ‘culpa’ de otro referéndum en 1974.

En suma, que lo de ayer aún no se sabe si será bueno o malo para nosotros y para Europa –la política convierte a todo al mundo al parecer en economista- pero discutir la naturaleza europea de Grecia (y eso que no hemos hablado de la época clásica) suena a chiste. Toda Europa ayudó, por su propio interés o por puro altruismo, a que naciera el país que ahora unos alaban y otros señalan como nuevo miembro del eje del mal.

Y luego, si quieren, debatimos lo que ha aportado Alemania a Europa últimamente. Y lo que sería ahora mismo ese país sin el Plan Marshall y sin las quitas tras ‘su’ Segunda Guerra Mundial.

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