¿Puede una canción dedicada a describir un día perfecto inspirar melancolía? Sí. El glam del genial Lou Reed (1942-2013) se plasma en toda su expresión en esta canción de 1972 (disco: Transformer) producida por David Bowie en la que las flores pueden no ser lo que parecen, ni la sangría, ni alimentar a los animales en el zoo.
Reed atravesaba en esos setenta una época de cambios en su vida. Había convivido con Bettye Kronstad, su prometida y luego esposa, pero en su cabeza aún retumbaban los electroshocks a los que sus padres le sometieron en su juventud para “curarle” sus tendencias homosexuales (una terapia que narra en su tema “Kill your sons”).
También las drogas son parte recurrente del universo Reed, aunque para contar las sensaciones que le provocaban no necesitaba esconder mensajes en sus letras, porque nunca ocultó su adicción a todo tipo de sustancias (en especial la heroína).
Reed, ese neoyorquino tímido que usaba gafas de sol en sus conciertos para no soportar las miradas de su público, dejó en el 72 este temazo intimista y desgarrador por momentos. Un ejemplo más de que las historias aparentemente más simples –un día perfecto de sol y paz- pueden ser las más emotivas.
En los noventa, por cierto, la película Trainspotting volvió a poner de moda esta canción al incluirla en su fantástica banda sonora. Por supuesto, Danny Boyle –el director- le otorgó la faceta más psicotrópica al tema.