Aquí tenéis la columna publicada el 28 de febrero en ABC Córdoba sobre el partido disputado en Cornellá entre el RCD Espanyol y el Córdoba C.F. de la jornada 25 de Liga Adelante.
Butragueño y la desesperación
Santiago Segurola dejó escrito una vez que lo que hacía grande a Butragueño era su capacidad para detenerse en el sitio donde casi nadie es capaz de hacerlo: el área. Ayer el Córdoba en Cornellà fue un equipo de verdad. Sufrió como un colectivo, tuvo identidad. No fue una amalgama informe. Dio hasta la última gota de su alma en pos de un empate. Irreprochable su denuedo por demostrar algo. Impecable su entrega… pero cuando uno es último y está a cinco del descenso las prisas son enemigas y la precipitación señorea en las piernas. No tenemos butragueños y el que más lo puede parecer estaba (bien) castigado a mucha distancia. No sé si hubiéramos sido más equipo con Ghilas sobre el campo. Creo que lo comprenden.

No. No hubo temple. No hubo manera de que la pelota entrara. Bebé nos llevó al paroxismo y Crespo al suspense. Daba la sensación –lleva dándola casi toda la temporada- de que por mucho que lo intentaran el único camino expedito era el de la melancolía. No hemos marcado aún de jugada en lo que va de segunda vuelta. Y eso que mientras escribo esto veo que Sergio –entrenador del Espanyol- reconoce que apenas su cuerpo técnico estaba pendiente de este encuentro. Ni afición ni –le faltó decir- casi sus propios futbolistas (su semifinal de Copa la tienen el miércoles).
Pienso en los ojos del hijo de Antonio Salido, que se estrenaba como espectador del Córdoba. Y lo hacía en Primera. Nació y vive aquí y su padre le está enseñando a sentir el sufrimiento de unos tíos que trabajan a ochocientos kilómetros como propios. Ayer maduró a golpes. Ya son demasiados. Tanto castigo nos devolverá un premio. A veces, esto es de Juan Ramón Jiménez, quien busca amor sólo encuentra soledad. El precioso campo del Espanyol se desalojó en apenas unos minutos. Los últimos en abandonarlo fueron los visitantes. Con la cabeza alta y el corazón roto. Huérfanos de gloria. Como los buenos aficionados.