Es muy probable que muchos de vosotros viváis este fin de semana atrapados entre corazones rosas, cenas color pastel y palabras edulcoradas para conmemorar con vuestras respectivas parejas lo felices que os hace que os hayan entregado su amor.

Siendo como es bonita toda celebración que ensalce el amor –otra cosa es lo asquerosamente comercial que la hace la cobertura de billetes que la envuelve- conviene preguntarnos exactamente qué estamos celebrando el 14 de febrero.
En la Roma clásica en el día quince de las Calendas Marcias (lo que vendría a ser el actual 15 de febrero) tenían lugar las Fiestas Lupercales. En ellas, se adoraba a Luperca, la loba que amamantó a Rómulo y Remo. Bajo una higuera sagrada, se sacrificaban perros y un machos cabríos, que eran animales impuros en aquellos tiempos. Después de ello los sacerdotes encargados de tal ritual (llamados Lupercos) cortaban a tiras la piel de los restos de perros y cabras y se los ponían a modo de única vestimenta –obvio decir que estaban como sus madres les trajeron al mundo-.
Ebrios de placer –o de vaya usted a saber qué brebaje- los Lupercos primero obligaban a todos los asistentes a reír como posesos (según Plutarco: los otros participantes les limpiaban la sangre con un pedazo de lana empapado de leche, momento en el cual los jóvenes debían romper a reír). Luego, se tiraban al monte Palatino a golpear a quienes se les cruzaran por el camino con un látigo, que era en realidad un símbolo fálico y que según creían purificaba y a las mujeres las hacía más fértiles (“Italidas matres, inquit, sacer hircus inito!”, “Que un cabrío sagrado penetre las mujeres de Italia”, dijo Ovidio). De hecho, el púrpura resultante de la sangre y los cachiporrazos era el mismo color que usaban las prostitutas para identificarse.
Era una buena orgía de la que, al parecer, surgían muchas parejas –o muchos hijos más o menos deseados- en aquella época.

El timorato y casto Papa Gelasio I quiso cristianizar esta orgía Lupercal conmemorando en su lugar el martirio de un médico que casaba clandestinamente por el rito cristiano a soldados romanos (algo prohibido en la época) y al que el emperador Claudio El Gótico le cortó la cabeza un 14 de febrero.
Así que, como podéis leer, históricamente el 14 de febrero se ha conmemorado la esencia de la vida. La pasión. La sangre, el desenfreno… Festejéis o no esta celebración con amor o sexo, tenedlo claro: la cursilería, este día y a tenor de lo expuesto, no es precisamente obligatoria.