Viaje a Irlanda (y IV): Dublín, despedida y cierre

“En el puente de O’Connell se acordó de que nadie lo cruza sin ver un caballo blanco. Lo cruzó y no vio nada. Había una paloma blanca sobre la cabeza de O’Connell, sobre su estatua. Pero obviamente no era una paloma lo que buscaba”

De “Dublinesca”, de Enrique Vila-Matas

Reconozco que el “Dublinesca” de Vila-Matas me lo empecé a leer al regresar de Irlanda. Hay un diálogo muy bueno en el que el protagonista Samuel Riba responde a la pregunta de su madre.

-A ver, ¿Y qué has podido averiguar de Irlanda?

Riba le dice:

Imagínate que un político o un obispo irlandés cometen un acto terrible. Bien. A ti te interesaría saber exactamente cómo han sucedido las cosas, ¿No es así?  (…) Pues para los irlandeses eso es secundario. Lo que les importa es cómo van a explicarse.

En nuestras últimas horas en Dublín me permití varios caprichitos poniendo a prueba la paciencia de mi querida Lole. Primero madrugué para alcanzar trotando el “Tolka Stadium” del Shelbourne FC. Tuve suerte porque, como esa tarde jugaban los “Reds” contra el Dundalk, las puertas del campo estaban abiertas para que el responsable del césped lo dejara en las mejores condiciones posibles. Si por fuera el recinto parece más un barracón que un teatro de sueños, por dentro tiene un olor y un aspecto que resultan muy agradables a quienes nos gusta el fútbol de otros tiempos. Gradas desiguales, nulo margen entre el terreno de juego y el espectador, grietas, muros pintados… El cuidador del tapete -que tenía trabajo- se quejaba de los muchos años del Tolka:

-Si tuvieras una casa con 100 años estarías deseando tener una nueva.

Yo le intenté hacer ver que llegará un momento en el que todos los campos serán iguales y que echaremos de menos las imperfecciones que hoy lamentamos. Nada hay más feo que lo hecho en serie. Y la horrorosa tendencia que hace que Wembley se parezca a San Mamés que a su vez se parece a Maracaná nos conducirá a todos a la clonación como aficionados a este juego y a la alienación obediente. Que es justo lo que pretenden los dirigentes del fútbol mundial.

El Tolka fue el primer campo con iluminación artificial de Irlanda y sobre su césped han competido clubs como el Barcelona o el Atlético. En su país son grandes, pero fuera de él apenas han podido celebrar alguna eliminatoria superada ante rivales de su misma escasa envergadura internacional. También presumen de haber disfrutado del hat trick más rápido de la historia. Jimmy O’Connor le metió tres goles el 19 de noviembre de 1967 en Dalymount Park al Bohemian en apenas dos minutos y trece segundos.

Antes de volver al hotel para ducharme crucé la calle para pisar otro campo. El Drumcondra Football Club juega en el prado del Clonturk Park, que a finales del siglo XIX albergó finales tanto de hurling como de fútbol y que ahora no tiene ni gradas. Me pareció entrar en otra dimensión cuando crucé la verja que delimita el predio de la calle.

Tras ducharme, cumplí mi amenaza de visitar el colosal Croke Park y su Museo de los deportes gaélicos. He de confesar que al recinto me colé. Había unas obras y el acceso al graderío estaba abierto. No lo dudé. En ese lugar pueden darse cita más de 82.000 personas. Es el undécimo estadio más grande de Europa y, de largo, el mayor de Irlanda. Tras retratarme y retratar el escenario, salí discretamente en búsqueda del Museo.

En la entrada principal de Croke Park hay una estatua de Michael Cusack, el maestro que impulsara la constitución en 1884 de la Gaelic Athletic Association, portando un shillelagh o bastón tradicional irlandés. La GAA -así se la conoce- es la más importante de las asociaciones deportivas del país. Su constitución está firmemente entroncada con el irredentismo feniano de finales de siglo XIX y tenía y tiene unas normas muy estrictas. Para empezar: Nadie puede vivir de practicar un deporte gaélico porque el profesionalismo está prohibido. Además, atendiendo a su vinculación con el nacionalismo, la norma 27 impedía a cualquier miembro de la GAA participar -aunque fuera mirando- de algún deporte no gaélico. No hacía excepciones. Douglas Hyde, patrón de la GAA y además presidente de la República, fue expulsado en 1938 por asistir a un partido internacional de fútbol en Dalymount Park entre Irlanda y Polonia. Esa norma no existe desde 1971. Tampoco tiene vigencia ya la regla 21, que impedía que cualquier policía británico pueda formar parte de la GAA. Se abolió en 2001. La que sí sigue teniendo vigencia, aunque con excepciones, es la 42, que impide que en estadios como Croke Park se juegue a cualquier deporte no gaélico e “invasor”, como conocen los irlandeses más furibundos al rugby y al fútbol-soccer. El 16 de abril de 2005, el congreso de la GAA decidió permitir que se jugara en Croke Park a fútbol y rugby internacionales mientras el campo de fútbol de Lansdowne Road estaba cerrado por remodelación. El primer partido no gaélico celebrado en ese estadio fue un Irlanda-Francia del Seis Naciones de Rugby.

Los deportes gaélicos son el Hurling -una especie de hockey hierba pero por el aire-, el fútbol gaélico -mezcla de rugby y fútbol-, el balonmano gaélico -con similitudes con la pelota vasca- y el rounders -una suerte de béisbol-. El Museo explica con minuciosidad el origen de estas prácticas. Impresiona ver una lápida del siglo XV en la que el caballero decidió que junto a su espada de combate luciera también su hurley o stick con la que demostrara su habilidad sobre el verde.

Las paredes del Croke Park también encierran una historia de muerte y miedo. Sucedió en 1920, en plena Guerra de Independencia irlandesa. En la mañana del domingo 21 de noviembre una unidad de élite del IRA conocida como “Los doce apóstoles” cumplió la misión encomendada por el responsable de inteligencia de la organización, Michael Collins, y acabó con las vidas de catorce componentes de la “Cairo Gang”. La Cairo Gang era una escuadra de espías y agentes al servicio de la corona que llevaban ese nombre por una cafetería donde se reunían en la calle Grafton y que pretendían acabar con las intenciones de los republicanos en Dublín.

Ese mismo día, en Croke Park se jugaba un partido de fútbol gaélico entre el equipo local y el Tipperary. Las ganancias iban a ser destinadas a un fondo de ayuda para familiares de presos y fusilados por la causa irlandesa. Había en torno a 10.000 personas en un recinto que se parecía poco al actual. El partido arrancó a las tres y cuarto de la tarde y poco después un avión sobrevoló el estadio y tras dar dos vueltas disparó una bengala de color rojo que era la señal para la Policía Real Irlandesa, la Policía Auxiliar y el Ejército irrumpieran sobre el verde y comenzaran a disparar indiscriminadamente contra la multitud en venganza por lo sucedido por la mañana. La excusa era buscar armas. Todo sucedió en menos de dos minutos en los que perdieron la vida catorce personas -incluido el jugador de Tipperary Michael Hogan y dos niños- y entre sesenta y cien personas resultaron heridas. Una de las tribunas del estadio lleva el nombre de Hogan. Ese domingo pasó a la historia como el “Bloody Sunday”.

Salí del Museo de la GAA con mi curiosidad saciada y hasta con la experiencia de haber probado el golpeo de una pelota de fútbol gaélico y de darle al hurley que, por cierto, pesa como si fuera de plomo.

El mayor error del viaje lo cometimos después. Fuimos en pos de donde se suponía estaba la tienda coyuntural del Bohemian hasta una suerte de polígono industrial en la zona de Cabra, pero nadie nos atendió a pesar de que en la web se especificaba que tal era el sitio -hasta un escudo atestiguaba que era así- y que según el horario tasado debería estar abierta. Poco serio por parte del Bohemian.

Rectificamos tomando un taxi hasta Kilmainham Gaol, que era el último imprescindible en nuestra lista. Empezó a llover y nos vino bien sentir las gotas desde la comodidad del interior de un vehículo. Cuando nos acercamos a la puerta, el responsable nos preguntó si habíamos comprado la entrada. Lamentando la falta de previsión, le replicamos que pensábamos que no hacía falta y aproveché para comentarle que ya había estado en 2008 allí y que pretendía que Lole también lo conociera. Bien fuera porque el señor nos vio salir del taxi y ya apreció que había un interés real por entrar, bien por su generosidad irlandesa… el caso es que nos dio un ticket que le sobró y nos ofreció la posibilidad de acceder. Lo más sorprendente es que, salvo que lo hubiésemos visto mal, la entrada costaba 15 euros y nosotros no pagamos nada. Es lo que tienen los viajes, que en un rato te dan y en otro te quitan.

Kilmainham fue prisión desde 1796 hasta 1924. Al margen de servir para recluir a quienes cometían delitos, también fue lugar de paso de aquellos que eran condenados al destierro a Australia. Allí, por ejemplo, enviaron a John Seahan en 1843. Todas sus pertenencias cabían en un cofre que se exhibe en el estupendo museo de la prisión. El recorrido explica la criminalidad en la Irlanda de los siglos XIX y XX y comienza con una cita de George Bernard Shaw: “Si la prisión no reduce la miseria humana de los barrios marginales, los barrios marginales se vaciarán y la prisión se llenará”. La Isla Esmeralda era un lugar extremadamente pobre hasta el punto de que la muerte por hambre no era extraña. C.S. Parnell hizo un informe en 1884 sobre el estado de las penitenciarías irlandesas y resaltó el aspecto de hambrientos de todos los reclusos. No es de extrañar atendiendo a que su dieta era exclusivamente de pan y leche ante la falta de patatas que provocó la conocida como Gran Hambruna. Además, hasta cinco personas ocupaban celdas individuales. El hacinamiento y la falta de calorías provocaba una elevada mortandad entre rejas.

Durante un tramo de la segunda mitad del siglo XIX la cárcel funcionaba atendiendo a principios de silencio y separación. La comunicación entre los presos estaba prohibida, por lo que pasaban una gran parte del tiempo a estar solos en sus celdas. Podían pasar 23 horas al día incomunicados. La dirección pensaba que los presos utilizaran este tiempo para leer la Biblia, meditar y arrepentirse de sus delitos. No funcionó.

En el completo museo hay espacio para toda la historia de los muchos pronunciamientos y revueltas vividos en Irlanda y que acabaron con sus protagonistas entre rejas –Parnell– o ahorcados –“Los Invencibles”, en 1883-, pero para los irlandeses el mayor reclamo de Kilmainham es que sirvió de alojamiento para los presos políticos independentistas. Robert Emmet, Anne Devlin, Parnell, la condesa Markievicz y los líderes del Levantamiento de Pascua de 1916. Por aquel entonces ya había dejado de ser una cárcel común para convertirse en un presidio militar. Después de los seis días de revuelta sofocada a sangre y fuego los británicos trasladaron a los cabecillas supervivientes a este lugar. Aquí pasaron sus últimos días Sean McDiarmada, Joseph Plunkett -quien se casó en la propia capilla de Kilmainham la noche antes de que le fusilaran– y el poeta y líder espiritual del movimiento Padraig Pearse (quien escribió unos meses antes “La belleza de este mundo me ha hecho triste. Esta belleza pasará. Y yo me habré ido siguiendo mi camino. Lleno de dolor”).

También fue pasado por las armas el líder militar de la revelta James Connolly. Connolly fue el último en ser fusilado en un patio en el que todavía una cruz le recuerda. Estaba tan malherido que tuvo que ser sentado y atado en una silla antes. La frase que resume la trayectoria de este político al que, dicen, admiraba Lenin, fue “la causa obrera es la causa de Irlanda, la causa de Irlanda es la causa obrera”.

Se puede ver un ejemplar del Boletín Católico de mayo y junio de 1916 en el que, en memoria de los ejecutados, las cinco primeras páginas quedaron en blanco salvo por un pequeño trébol negro colocado en el centro. También se pueden visitar las celdas en las que se alojaron algunos de esos ilustres presos y otros como Eamon de Valera, que se libró de su fusilamiento por ser medio norteamericano (y medio español, aunque eso no le hubiera servido de mucho). Me llamó la atención la falta de sensibilidad de algunos turistas indios que se hacían fotos sonrientes y haciendo tonterías entrando y saliendo de habitáculos en los que tanto miedo y dolor se habría sentido. Recordé en ese momento el extremo respeto que nos pedían en su país por las vacas.

Kilmainham Gaol fue cerrada en 1924, pero fue restaurado con buen criterio en los sesenta. Ha sido escenario de clásicos del cine como “The Italian Job”, “En el nombre del padre” o “Michael Collins”.

Se nos escapaba el tiempo de las manos. Tomamos un autobús de dos plantas y nos dirigimos de vuelta a Grafton con la intención de almorzar y hacer las últimas compras. Acertamos escogiendo el restaurante del Blooms Hotel. Un pub muy joyceano con unos preciosos murales dedicados a Stephen Dedalus y a Molly Bloom, dos de los protagonistas principales del “Ulises”. José María Valverde, autor de una de las mejores traducciones de esa magna obra, cuenta que, una noche de junio de 1904, poco tiempo después de conocer a su amor Nora, paseaba el joven Joyce por la calle cuando se le ocurrió piropear a una muchacha con la que se encontró, sin darse cuenta de que venía acompañada por un militar. Recibió un golpe y se desplomó, siendo atendido entonces por un judío de la ciudad, famoso por las infidelidades de su mujer. Eso pudo gestar la trama del “Ulises”.

Devoramos un surtido de quesos irlandeses delicioso y una contundente hamburguesa. Todo acompañado, claro, de buena cerveza IPA. Mientras comíamos veíamos un ininteligble partido de cricket de la liga de Bangalore. Todos los camareros parecían pakistaníes. El surrealista cuadro lo completamos ataviándonos con unos gorritos de paja muy de 1904 que sobraron de San Patricio y ya estaban preparados para el “Bloomsday”. En un rincón de mi casa se encuentran ahora.

Dice Javier Reverte que Irlanda nunca ha dejado de cantarse a sí misma. No es raro escuchar a personas cantando por las calles de este país, pero sí que una de ellas sea una famosa artista. Mientras iba embelesado mirando los escaparates de Grafton Street y exprimiendo mis últimos instantes de viaje, noté que un buen número de personas se congregaba en torno a una cantante callejera. No le di demasiada importancia, porque sonaba bien y es común que las jóvenes promesas actúen a cambio de unos euros en sus comienzos. Pero Lole se percató de que había un tipo con aspecto de profesional de las redes grabando su actuación y se quedó con el nombre de la cantante. Se trataba de Allie Sherlock, que tiene más de 2,5 millones de seguidores en Instagram. A partir de ese momento se fue fijando más en todos los que actuaban, pero ni Leila James ni Sarah Fitz tienen tanto tirón aunque lo hagan también a gran nivel. Había otro chico tocando con una guitarra de aspecto latino que, a pesar de que no vi su nombre por ningún lado, era el que mejor me sonó. Ojalá en un futuro le reconozca en un gran evento. Me sentiré su secreto descubridor.

La última puesta de sol que vimos sobre Dublín fue la más hermosa de todas. Cuando uno viaja siempre lo hace con el temor de no saber si va a volver a ese lugar. Es esa pulsión la que da sentido. Necesidad de empaparse de su gente; de comprar eso que no vas a encontrar en tu tierra (maldita globalización); de vivir ese instante único con la persona que te acompaña -a la que, generalmente, aprecias, quieres o ambas cosas-; de retratar hasta la última pegatina en una farola para luego contártelo cuando estés en un momento bajo de ánimo.

Irlanda nos despidió con un leprechaun tamaño humano en la recepción del hotel que, presumo, iba a disfrutar con sus compinches de una interesante despedida de soltero por Temple Bar. Bendito sea. Benditos todos los que decidan acercarse a una Isla que tiene por emblema un arpa y por santos a escritores como Yeats, Joyce o Wilde. Bendito el loco que tira los dados de los precios de los vuelos y decidió que regresara a Irlanda. Y bendita tú también, Lole, por acompañarme.

Y gracias a todos por leer. Hasta el próximo. Os dejo debajo una foto con los libros que he leído (algunos no al completo) para disfrutar más de este viaje.

“Volví a la ciudad de Dublín con la puesta de sol. ¿A quién vería sino a la dama española mientras cazaba una mariposa con una red dorada? (…) En toda mi vida he visto una chica tan tímida como la dama española”

De “The Spanish Lady”. Canción irlandesa de origen desconocido.

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