Minuto 91 del partido entre el último y el penúltimo de Segunda. Empatan a uno, pero el penúltimo, que jugaba con uno menos desde casi el comienzo de la segunda parte, ha jugado como para ganar y el último como para perder. Sin embargo, en ese postrero instante el equipo que era último dispone de una falta al borde del área. Mientras el árbitro coloca la barrera, dos de los jugadores que se supone que tienen mejor golpeo de balón del último clasificado discuten ostensiblemente sobre quién debía lanzar esa decisiva acción y cómo ejecutarla. Hay un tercero que mira y un entrenador que, desesperado, lamenta tal desaguisado. Naturalmente, la ejecución es desastrosa y el partido termina en empate.
Analizada asépticamente, la situación del Córdoba acojona más. Uno, que conoce batallas pretéritas, aspira siempre a pensar que un rayo puede caer dos veces en el mismo lugar. Y que el instinto de supervivencia de una plantilla profesional y de una cúpula que se juega mucha pasta ha de salir tarde o temprano. Pero al final, pasan las semanas y esa espera desesperada en la que nos hemos sumergido empieza a ser desesperante.
Cada sábado o domingo esperamos una revolución de algún signo; en cada primera mala puesta en escenas esperamos una reacción desde el banquillo o en el campo; en cada primera mitad desperdiciada vemos una oportunidad tras el descanso y mientras el primer tercio de temporada ya ha pasado esperamos al mercado de invierno como si el Maná no necesitara de ingeniería económica para llover (bueno, de eso y de ganas de bajarse del burro y de abrir cajones, que esa es otra).
Y mientras (des)esperamos nos piden que sigamos creyendo. Y el problema no es que creamos, es que no nos dejan querer quererlos. Y aunque esta frase esté tan mal construida como lo está este Córdoba cojo de todo, lo cierto es que la directiva, los jugadores y el cuerpo técnico –por este orden- impiden cualquier gesto de cariño. No se dejan querer.
Lo de esta tarde en Sevilla no hay por dónde cogerlo. Ha faltado todo lo que le hace falta a un equipo profesional para ganar: orden, intensidad, amor propio, valentía, inteligencia, astucia defensiva y olfato goleador. Y eso que no ha faltado ni suerte ni el acierto de un portero inspirado.
El Córdoba es una falta mal ensayada que se repite una y otra vez. Es un proyecto muerto. Es un puñado de gente que vive del balón -en el verde y en los despachos- que están honrando poco su profesión. Es un disparate al que únicamente se le puede querer querer por el escudo que representa. Es el sueño tornado en pesadilla que hace que muchos estemos apartando la ilusión futbolera en un rincón para destinarla a otros menesteres mucho más importantes como, por ejemplo, vivir. Eso sí, vivir sin el Córdoba o con el Córdoba en Segunda B será menos vida.