Es muy fácil asumir la derrota cuando se es futbolista (muy) amateur. Uno sabe que, si no se cuenta con los mimbres mínimos o el rival es infinitamente mejor física o técnicamente, la goleada puede ser escandalosa. Se recogen los balones de la red y, tras una larga ducha, se olvida la paliza.
Pero, ¿y si esas goleadas sirven de escarnio a todo un país, por muy pequeño que sea?
San Marino es la República más antigua del mundo. Ha conservado la independencia de sus 39 km² desde el siglo IX resistiendo incluso a la unificación en 1862 del único estado que limita con ella, Italia. Es, según Wikipedia, el quinto Estado más pequeño del planeta.
Pues bien, San Marino tiene una selección de fútbol. Una de las peores (la 198 de 204 según la FIFA), naturalmente, como corresponde a los apenas 32.000 habitantes que viven en su país. Aunque desde 1932 la Federación sanmarinesa está afiliada a la UEFA, no fue hasta 1986 cuando comenzaron a competir a nivel internacional.

No han ganado jamás un partido con puntos en juego. Su único triunfo fue el 28 de abril de 2004 ante Liechtenstein. 1-0 con gol de Andy Selva. Apenas 700 personas vieron ese momento histórico en el estadio Olímpico (no es ironía, tal es su nombre) de Serravalle. Otros de sus modestos logros son: haber marcado el tanto más rápido de la historia de una clasificación para un Mundial (y nada menos que a Seaman, el portero inglés: se lo coló un tal Gualtieri a los nueve segundos de empezar a jugar en el 93, aunque luego los pross vencieran 1-7) y unos cuantos empates, el más relevante ante Turquía.
La ESPN le dedicó un bonito reportaje a esta selección con motivo de un partido en Wembley (naturalmente saldado con derrota, 0-5). En él, el utilero Benito Ballato, conocido como Benny, explicaba que a sus 75 años y con más de veinte de profesión limpiando botas de perdedores aún no se acostumbra: “tras una goleada, a veces los jugadores me miran y yo me marcho porque me siento destrozado”. El portero Aldo Simoncini enfatizaba en ese mismo video que “cuando llegamos al descanso 0-0 es ya un éxito”.
El peor día de la Nazionale fue el 6 de septiembre de 2006. Visitaba Serravalle Alemania en partido clasificatorio para el Europeo de Austria y Suiza. Al descanso el marcador ya era 0-6. Los Podolski, Schweinsteiger, Klose, Ballack y compañía se estaban poniendo las botas. Era el primer partido para el portero Simoncini, que luego apenas acertó a decir que “los alemanes tenían una fuerza física que no te permitía ni acercarte a ellos”.

En el minuto 90 de esa paliza y ya con 0-12 el árbitro turco Selçuk Dereli pitó un penalti discutible. Entre los jugadores locales, hundidos y humillados, apareció la figura del portero del Arsenal Jens Lehmann, que recorrió todo el campo de costa a costa con una sonrisa burlona en el rostro con la intención de lanzar el penalti. El defensa Ale Della Valle lo vio (“ciertas cosas duelen mucho”), también Simoncini (“que el portero lanzara un penalti en esas condiciones no es muy respetuoso. Eso es tomar el pelo al adversario”). Así que Della Valle, ayudado por su compañero Bacciocchi le hicieron frente cuando ya estaba a un paso del punto de penalti. Se pusieron a un palmo de sus narices y apenas le dijeron tres palabras mirándole a los ojos: “Lehmann, fair play”. El arquero cambió su semblante y retrocedió hacia su demarcación. El penalti lo lanzó Schneider y supuso el 0-13.

Después de ese partido, incluso el Parlamento de San Marino debatió si merecía la pena seguir compitiendo ante la imagen que daba su equipo en Europa. Muchos creen que no sirve de nada que estos microestados se enfrenten a los grandes. Pero el fútbol tiene un componente que nada tiene que ver con los resultados. Es el orgullo, la dignidad, las ganas de competir y el saber perder. Y la posibilidad de hacerle sentir a un rival mucho mejor y más fuerte que tú, millonario, vencedor y que se siente por encima del bien y del mal que no siempre gana quien más anota. Que, a veces, el deporte atiende a matices que la razón no comprende. De enseñar, también, cómo ganar con dignidad.
San Marino seguirá compitiendo y perdiendo mientras le dejen hacerlo para representar a su país y a todos aquellos que, cuando jugamos, perdemos más veces de las que ganamos. Vae victis, siempre.