Nada de lo que escriba resultará original ni distinto de lo que durante toda la semana se ha contado ya de David Bowie, así que si lo prefieren vayan al final y pulsen para ver el video (si es que no lo han visto ya también, que es muy probable) y dejen de leer.
Si, por lo que sea, han vivido desde Marte la muerte y posteriores obituarios del genio de Brixton, les cuento que con su marcha se fue alguien que sedujo hasta a quienes, como yo, no entendemos nada de música. Que fue capaz de inspirar a artistas tan distintos como Queen, Jagger o Guns and Roses. Que dio sentido y contenido al término glam, haciendo de la ambigüedad una bandera hasta en sus pupilas. Que, incluso cuando se rindió a lo comercial para hacer caja en los ochenta, sacó exitazos como su Let´s dance (y videos tan singulares como el Dancing in the Street con Jagger). Muchos creen que su influencia trasciende incluso a la de los Beatles. Tal vez sea exagerado, pero desde luego sí que resulta más polifacético Bowie que, por ejemplo, Lennon (aunque en justicia habría también que apuntar que vivió más).
El último éxito de Bowie es casi póstumo. De hecho, se puede entender como un regalo de despedida a sus fans. El día 8 se publicó el disco y apenas tres días después murió –en paz y rodeado de sus seres queridos, como anunciaron sus familiares– el cantante. La letra es todo un epitafio: «Estoy en el cielo. Tengo cicatrices que no se pueden ver. Un drama que no puede ser robado. Todo el mundo me conoce ahora«. El videoclip impresiona: Bowie aparece en una cama en mitad de un entorno tétrico y con unos botones por ojos.
Si quieren escuchar los mejores éxitos de Bowie, la BBC estableció un ranking a través de las votaciones de sus fans.
Y, bueno, les dije que nada de lo que escriba les resultará original, pero les cuento que Bowie probablemente me salvara de morir estrellado en un viaje entre Almería y Badajoz que completé casi sin haber dormido en mis años más locuelos. Entre Changes y Life on Mars salvé la papeleta. Eternamente agradecido.