El trofeo que premia al mejor jugador en un deporte de equipo, el Balón de Oro, no siempre ha recaído en el que más méritos ha atesorado o al que mejor fútbol ha jugado durante una temporada. Ha habido numerosas sorpresas desde su primera edición, en 1956, pero tal vez la elección más sorprendente fuera la del húngaro Florian Albert en 1967. Albert es el único futbolista magiar –Puskas quedó segundo en la votación del 60 detrás de Luis Suárez– que podía –falleció en 2011– presumir de tener este galardón. En ese año 67 superó por 68 votos a 40 al gran Bobby Charlton, que acababa de ganar en el 66 el Mundial de Inglaterra.

El principal mérito de Florian Albert radicó en inventar la posición de falso nueve sin saberlo y mucho antes de que otros lo incluyeran en sus tácticas. Era el hijo de un herrero al que el Independent calificó, sin embargo, en su obituario como el “aristócrata del deporte” por su elegancia y exquisitez. Nació en plena Guerra Mundial en un pueblo justo en la frontera con Yugoslavia y vivió apocado y sin excentricidades ni pretensiones su carrera como jugador. Como se estilaba en aquellos tiempos –especialmente en el bloque del Este-, Albert fue un one-club-man y únicamente jugó en el mítico Ferencvaros desde los once años. Vestido de verde y blanco anotó 256 goles en 351 encuentros, ganó cuatro ligas y se ganó el título de “El Emperador”. Pero por lo que más se conoció a aquel equipo y a Florian Albert fue por sus exhibiciones en Europa. Pronto se convirtió en el sucesor de Nandor Hidegkuti, que era el terrible ejecutor de aquella escuadra que arrasó a Inglaterra en Wembley y que perdió incomprensiblemente el Mundial del 54 ante Alemania en Berna.
A pesar de ser espigado -1,80– y fuerte, tenía una inteligencia sobre el verde fuera de lo común, una gran pegada con ambas piernas y sentido del juego colectivo. Un futbolista total, que tenía su punto débil en su moral, que se quebraba cuando sufría un marcaje demasiado severo o cuando no le salían los regates. Esos días, cuentan, parecía no existir.

Con su club conquistó la Copa de Ferias del 65 una noche de San Juan en una final tremenda ante la Juve y en Turín. En ese mismo torneo había dejado fuera a la Roma. En el 68 repiten final, pero sucumben ante el Leeds de Don Revie y Billy Bremner.
En la selección magiar anotó 31 veces. Destacó primero en los Juegos Olímpicos de Roma del 60 (conquistaron la medalla de bronce) para luego maravillar en el 62 y en el 66. En Chile alcanzaron los cuartos de final donde fueron sorprendentemente eliminados por Checoslovaquia. A pesar de no llegar más allá, Albert fue el máximo artillero del torneo con cuatro goles (ex aequo con Vavá, Garrincha, Ivanov, Jerkovic y Leonel Sánchez). Además, fue elegido el mejor jugador joven del torneo.
Después del tercer puesto en la Eurocopa que ganó España en el 64, Hungría partía como una de las candidatas al Mundial de Inglaterra. No empezaron bien, puesto que cayeron 3-1 ante Portugal en el primer encuentro de su grupo, pero ante Brasil en Liverpool los magiares dieron una lección de fútbol. Fue, de hecho, uno de los más bonitos choques que se recuerden en la historia de esa competición. Marcaron tres y Albert fue clave. Tras el tercero, todos los aficionados presentes en Goodison Park se levantaron a aplaudir y corear su nombre: “¡Albert, Albert!”. Un gran partido de Yashin y uno desastroso de su homólogo magiar Gelei truncaron el sueño otra vez en cuartos.
La carrera de Florian Albert se corona con un cuarto puesto en la Eurocopa del 72 y con un breve paso como manager y director técnico del Al-Ahly de Bengasi y del propio Ferencvaros, club que en 2007 decidió ponerle su nombre al estadio –aunque ahora, maldito parné, se llame como una compañía de Seguros-.
Tal vez en 1967 pareciera extraño que le dieran el galardón a Albert en lugar de a Charlton. Una vez que se repasa su trayectoria y sus fantásticos números –y se disfruta de videos como el que se adjuntan- tal vez no sorprenda tanto.