Se acaba de estrenar en España la última película de Spielberg, “El puente de los espías”, en la que Tom Hanks interpreta a Jim Donovan, un tenaz abogado especializado en seguros que se empeña en poner un poco de concordia entre los dos bandos de la guerra fría.
La historia está inspirada en una sucesión de hechos reales, que derivaron en la mutua conveniencia –de soviéticos y norteamericanos- de canjearse presos en el inicio de ese conflicto ideológico y geoestratégico tan cruento (por mucho que nunca se declarara una guerra abierta) que duró casi medio siglo.
Y el puente de los espías también es real y sigue existiendo. El actual Glienicker Brücke, tendido sobre el río Havel, une la majestuosa Postdam con Berlín desde 1907. Es un puente de hierro muy al estilo Eiffel que sobrevivió a las dos guerras (aunque en la segunda un bombazo afectó su estructura).
En 1949, cuando ya fue restaurado, fue rebautizado como “El puente de la unidad” por los ocupantes del sector este, ya que la frontera entre ambos mundos pasaba justo por su mitad. De hecho, aún hoy se aprecia sobre el cemento la marca que simbolizaba la división.
En el Glienicker Brücke se llevaron a cabo números canjes de prisioneros entre ambos bandos. La película de Spielberg aborda el primero (Abel por Powers en el 62), pero no el más significativo. El 15 de junio de 1985 hasta 27 espías -23 del bloque occidental y 4 de la URSS- cruzaron el puente en direcciones opuestas. El ex agente de la CIA Eberhard Fätkenheuer fue uno de los intercambiados y unos años más tarde contó a Der Spiegel que “caminé unos treinta metros junto a otros espías nortemericanos. Estaba tan inquieto que olvidé mi bolsa en el autobús que nos llevó y tuvo que recogerla luego el embajador John Kornblum. Una vez que finalmente crucé la línea blanca y me monté en el otro autobús, el de los nuestros, no sentí nada más que miedo. Miedo existencial, principalmente. Todavía suelo ir al puente. Me hace sentir orgulloso de que conseguí escapar de aquel régimen despótico”.
Durante cuarenta años y medio permaneció el puente cerrado para el tráfico normal. No fue hasta el 10 de noviembre de 1989, justo un día después de que cediera el muro, cuando los berlineses pudieron atravesarlo. Ahora se puede visitar con total normalidad y se ha convertido, como el Checkpoint Charlie, en uno de los símbolos de esa mal llamada Guerra Fría que acongojó al mundo durante tantos lustros.