Seguramente habrán pasado algunas veces conduciendo sus coches sobre el puente atirantado que desde hace cuatro años sirve para descongestionar el acceso al oeste de Córdoba llegando desde Sevilla o Málaga. Tal vez hayan reparado en el nombre de dicha construcción: «Puente de Abbás Ibn Firnas», pero puede que no conozcan la historia de valentía, superación y genio que hay detrás del hombre al que homenajea dicho puente. El primer hombre que voló.
Abbás Ibn Firnas nació en Ronda cuando los omeyas mandaban en Al-Andalus. Su familia era de origen bereber y de rancio abolengo. Tras estudiar fundamentos de química, física y astronomía su ciudad natal se le quedó pequeña y fue reclamado por Abderramán II para que sirviera en su corte cordobesa.
En la brillante Córdoba de finales del siglo IX Ibn Firnas dedica sus horas a escribir poesía y a inventar. Suyo es el conocido como reloj anafórico, una máquina que funcionaba con agua y que permitía dar la hora tanto de día como de noche, así como para realizar cálculos y observaciones astronómicas.
Pero lo que más le llamaba la atención a quien ya se le conocía como «hakim Al-Andalus» (el sabio de Al-Andalus) era el control de los cielos. En su planetario particular -en el que recreaba hasta tormentas- se imaginaba surcando los cielos como un nuevo ícaro.
Y se puso manos a la obra. En 852 diseñó algo parecido a unas alas de madera y se aventuró a subir al alminar de la Mezquita ante el asombro de los cordobeses antes de arrojarse al vacío creyendo que podría vencer al empuje de la gravedad (y eso que aún desconocía que existiera). Ese intento no le salió del todo bien porque la aerodinámica del artefacto no debía estar muy conseguida según las crónicas y a punto estuvo de costarle la vida al intrépido sabio.
Pero Ibn Firnas no se rindió. Modificó sus cálculos durante más de veinte años y diseñó con seda y plumas de rapaces un protoparacaídas con semejanzas -remotas, pero semejanzas- a los actuales ala-delta. Armado de valor y de fe se encaminó a los arrabales de la ciudad, a la colina de la Arruzafa. Desde allí, tomó impulso y se suspendió en el aire. Ante el asombro de los presentes, Firnas fue capaz de planear durante unos diez minutos, aunque nunca pudiera realmente dirigir su vuelo. Al final, se estrelló contra el suelo de manera violenta y se rompió las dos piernas, percatándose entonces de que tal vez con una cola su vuelo hubiera sido más placentero. Tenía 65 años.
Aún viviría doce años más Firnas. El primer hombre que voló, un español, es un desconocido en su tierra. Más allá de un centro astronómico en su Ronda natal y el puente en Córdoba, poco más. Sin embargo, en el mundo árabe se le tiene en mucha mayor estima que al propio Leonardo e incluso la comunidad internacional premió su visión bautizando un cráter de la Luna con su nombre.
Resulta curioso que la ciudad que por primera vez vio a un hombre volar no disponga de un mísero aeropuerto en condiciones para que sus habitantes puedan conocer el mundo. Si Ibn Firnas levantara la cabeza…