Una vez me dijo alguien del mundo del fútbol que el tiempo, en este espectáculo, no lo pasa uno. El tiempo pasa por uno. Atropelladamente. Libremente. Hace un año tal día como hoy pasó lo que ninguno imaginábamos y todos soñábamos. Hoy hace un año, en mitad del océano, el club al que consagramos nuestra pasión ascendió a Primera. No les pido que hagan memoria y recuerden. No les hace falta. Estoy convencido –de hecho ya lo comprobé al escribir mi libro- de que el recuerdo les quedará indeleble. El 22 de junio de 2014 se les grabó en algún lugar mágico de su cerebro. Justo donde confluyen el orgullo, la identidad y lo que la religión ha venido a llamar milagros.

Todo sucedió muy rápido y muy lento. La jugada (ésa jugada), completada por el mexicano Uli Dávila, la comenzó un futbolista –Pelayo- que pudo no haber jugado y al que el presidente le tuvo que llevar la espinillera desde Córdoba y la continuó otro –Raúl Bravo- que no quiso hacer lo que hizo, pero que le salió perfecto. Fue el epítome ideal de la historia del Córdoba. Fue un corolario de leyenda para una temporada que, de vulgar, fue sublime. La eternidad de lo inconcebible.
Le estuve dando vueltas y forma durante todo un verano a cómo contar un día que nos lleva retroalimentando desde entonces. Porque no creo que haya un solo aficionado al Córdoba que no haya recurrido esta temporada de expiación a ver el final rodar del cuero hacia la red de ese estadio más de, no sé, ¿un millón de veces? A algunos les suena a mar. A otros, a barbacoa. Unos escuchan violines; otros bandurrias. Hay quien lo canta con acento; otros lo tapan con palabras hueras de significado. Incluso hubo quien, en pleno éxtasis colectivo, prefirió retirarse a un camposanto a charlar con su abuelo fallecido: “¿Ves, te dije que pasaría?”, le diría una parte a la otra, si pudieran comunicarse.
El pasado ya vivido no nos sirve, pues aunque sea cercano siempre nos queda muy lejos. Fíjense cuanto que un día antes de cumplir un año de todo esto otro jugador moreno y con acento americano provocó que los que entonces lloraban hoy rían. Pero dijo Nietzsche que el presente depende en parte del futuro y en parte del pasado. No sé si usted –después de lo vivido en Primera con la tropa de sinvergüenzas que mancharon su escudo- hoy se ve más guapo. O más alto. O más fuerte. Lo importante es que hoy, de nuevo en Segunda, ya conocemos el duro e insano –del inglés insane: locura- trayecto. Y que no nos da miedo. Que ya hay más de trece mil dispuestos a dar el salto (perdón por el cotejo). Que somos todos, mayores o peores, más o menos curtidos en mil batallas cordobesistas, un poco hijos del 22-J. Y que hoy cumplimos todos nuestro primer año de vida. Felicidades.