Fútbol del puro: Conan-Doyle, jugador del Portsmouth

En una de las aventuras de su Sherlock Holmes –“The Missing Three-Quarter”- el escritor puso en labios del célebre detective: Los partidos de fútbol no están en mi horizonte en absoluto. Puede que el inquilino del 221B de Baker Street no fuese precisamente un amante del juego de pelota, pero su padre Arthur Conan-Doyle llegó hasta a ganarse la vida como deportista.

Conan-Doyle, en el centro de la fila superior y con bigote, con su equipo de cricket de Portsmouth
Conan-Doyle, en el centro de la fila superior y con bigote, con su equipo de cricket de Portsmouth

El apasionado escocés empezó a destacar durante su paso por la Universidad de Edimburgo en rugby, golf y boxeo. Cuando regresó de sus peripecias por los mares como médico de un mercante cuando, en 1882 y con 23 años, se asentó en la ciudad costera sureña de Portsmouth. Allí, mientras comenzaba a escribir las novelas que le harían inmortal y a tratar de ganarse la vida como médico, retomó su pasión por el deporte.

Durante los ocho años que residió en Portsmouth, Doyle se convirtió en miembro fundador del primer club de la ciudad, el Portsmouth AFC, camuflándose bajo el seudónimo de A.C. Smith. De hecho, fue el primer portero del club, aunque luego se cansara de defender el arco y acabara de lateral diestro.

El literato nunca ganó un chelín con la pelota redonda, pero sí lo hizo –tenía hechuras

Sherlock Holmes was a Pompey Keeper, libro que explica el paso de Doyle por el Portsmouth
Sherlock Holmes was a Pompey Keeper, libro que explica el paso de Doyle por el Portsmouth

para ello- en la sección de rugby del Portsmouth AFC. Entre el 1900 y el 1907, cobrando por vestirse de corto, Doyle jugó diez partidos en total y su máxima anotación fue de cuarenta y tres tantos, contra el London County. También durante su paso por Portsmouth llegó a ser capitán del club de cricket de la localidad. El deporte que, según reconoció, “más placer me ha dado en mi vida”.

Aparte de fútbol, boxeo, golf, cricket y rugby, Doyle tampoco era manco en el billar, montando en bicicleta o caballo o incluso esquiando, deporte que estaba en pañales a comienzos del siglo XX.

No es de extrañar pues que en 1905 compilara en su “Green flag, and other stories of war and sport”, sus mejores relatos sobre deporte. Como “El Maestro de Croxley” en el que describe las rosetas blanquiazules que adornaban las orejas de los caballos que tiraban de un carruaje: “unos colores célebres en muchos campos de fútbol por ser los del equipo de la ciudad”. Crónica de época del embrión de lo que luego sería una pasión universal. Elemental.

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