“La chica de ayer” es una oda a la melancolía, como un alegato al amor cortés, imposible. Al deseo perpetuo de lo que nunca llegará a ser. El amor duele, si es que es amor y si es que es de verdad.
Antonio Vega no compuso esta canción mientras paseaba por la Malvarrosa –estaba destinado en ese 1977 en Valencia por la mili- pensando en una mujer en concreto. No tenía entonces novia a quien trovarle. Se inspiró en un concepto.
Es decir, la chica de ayer no existe. Nunca existió. Es cualquiera que cada uno de nosotros pueda tener en nuestra cabeza. Esos besos que nunca se han dado y que a juicio de Sabina o de Calamaro son siempre los que más se valoran.
Puede ser entendida también esa chica etérea como el espíritu de una generación que trasnochó Madrid (y el resto de España) por los 80. Por el Penta de Malasaña, por ejemplo, bar que menciona la canción y que aún hoy sigue poniendo temazos como este.
Antonio Vega, ese chico siempre triste y solitario que se fue pronto (a los 51 años), nos regaló este poema intemporal y sin rostro para que cada uno le pongamos el que queramos. Una de esas canciones que, como nos sugiere su propia letra, nos consiguen poder volver a amar. O a desamar, que en el fondo es parecido.