El Bayern de Múnich era apenas un recién nacido en 1902. Un grupo de jugadores desgajado de un club llamado MTV decidieron formar en un restaurante del barrio de Schwabing el FC Bayern. Entre esos caballeros del deporte rebeldes estaba el luego famoso escultor Benno Elkan.
Por aquel entonces el holandés Willem Hesselink ya llevaba unos cuantos años jugando al fútbol. Fue un auténtico pionero en su país, que andaba un poco retrasado en ese deporte para lo cerca que les quedaba Gran Bretaña. Willem, con apenas 14 años, formó parte del grupo de fundadores del Vitesse de Arnhem, equipo en el que empezó a jugar. Primero les dio por practicar el cricket, pero pronto cambiaron de tercio.
Al principio, como él mismo reconoció posteriormente y lo recogió en un artículo reciente sobre su figura el periodista Nick Miller en The Guardian, “nadie tenía una ubicación sobre el terreno de juego”. Así que él, responsable, aceptó jugar de lo que nadie quería: lateral zurdo (Hesselink era diestro).
El inquieto Willem se muda a Leiden para estudiar química y la leyenda cuenta que mejoró tanto la potencia de su disparo que la vida de los porteros rivales corría riesgo cada vez que tenían que tratar de detener sus potentes chuts. De esa habilidad, su mote “Het Kanon” (el cañón, algo que recuerda al también holandés Ronald Koeman).
Hesselink se empieza a convertir en una celebridad deportiva en su país. Ostenta, de hecho, el título de campeón nacional de salto de longitud (mejor marca hasta 1910) y de 1500 metros. Pero sus exigencias estudiantiles le llevan, con 24 años, a continuar sus estudios en la Universidad Ludwig Maximilian de Múnich.
Allí y entonces, en ese 1902 donde empezábamos, conoce al joven club llamado Bayern. Hesselink encaja pronto en la entidad, modificando su posición a la de delantero centro y ayudando a su club a obtener sus primeros éxitos. Ese año, por ejemplo, logran vencer en la Sportplatz de Clementstrasse al entonces más curtido vecino Sportplatz München 1860 (3-0). Fue el primer Stadtderby de la historia.
En 1903 Franz John, el que se puede considerar primer presidente del Bayern, deja el club para volverse a su Pankow natal y, dado el carisma y el gran trabajo de Willem Hesselink, él es el elegido para regir la entidad. En sus manos y botas se juntan en ese momento una triple actividad: presidir, dirigir (se le tiene por el primer entrenador del club como tal) e incluso meter goles. Si su trayectoria deportiva fue exitosa a nivel local (no existía la Bundesliga ni siquiera un liga regional), más aún fue la social, puesto que consolidó al club en la ciudad y le vistió con su tradicional color rojo.
Hesselink también jugó con la selección de su país y fue, de hecho, el primer jugador que marcó para la Oranje (mayo de 1905 en Rotterdam en un 4-0 a Bélgica).
Pero más allá de lo futbolístico, Hesselink fue toda una celebridad en su tiempo. Durante sus estudios de Química se especializó en enología –se doctoró con una disertación sobre los vinos de Oporto- y luego se doctoró igualmente en Filosofía. Para colmo, también se interesó por la ciencia forense y se cree que colaboró con Georg Popp, el científico de Frankfurt pionero en la resolución de crímenes a través de técnicas propias del televisivo CSI. En 1906 Hesselink se volvió a su tierra, montó un laboratorio forense en el que realizaba análisis de sangre y se encargaba de relacionar huellas dactilares con implicados en actos criminales, siendo un reputado testigo de cargo en juicios por asesinato. Por supuesto, siguió jugando al fútbol (para su querido Vitesse).
Toda una estrella polivalente que se apagó en 1973. Una figura un tanto desconocida pero obviamente muy relevante en el asentamiento y posterior despegue del fútbol en dos de las potencias mundiales de este deporte: Holanda y Alemania.