El Hermano Santiago fue mi profesor de latín y griego en La Salle. Murió hace una semana y el lunes fui a su funeral. Allí, otro profesor de latín, Don Ramón –a quienes te han dado clase siempre hay que ponerles el ‘don’ delante o un mote-, le dedicó un emotivo panegírico en el que pronunció una frase que a él le gustaba mucho decir: “los niños merecen el máximo respeto y paciencia” (la dijo en latín, pero por temor a no ser exacto prefiero traducirla).
Al Hermano Santiago, pelo canoso y acento calmado, no soy capaz de recordarle enfadado. No siempre fuimos buenos alumnos –yo lo era regular-. No siempre quisimos aprender, porque a pesar de ser de letras costaba a veces comprender la utilidad del latín o del griego.
Y justo ese mismo día leo la siguiente noticia que publicó ABC. Un catedrático de lengua había corregido una carta que Belén Esteban le había escrito a unos fulanos de uno de esos programas de Telecirco. En unas 29 líneas cometía unas cien faltas de toda índole. Exponía el catedrático, que nunca debió verse en una igual, que la Esteban “escribía como hablaba”.
El problema no es de Esteban. El problema es de un sistema educativo que no es selectivo. Que muta con cada nueva legislatura. Con unos medios que priman –diez mil euros creo que cobra por programa la señora- la bazofia antes que lo mínimamente interesante (no ya intelectual, sino al menos diferente). Con una clase dominante que prefiere –eso siempre fue así- que el ciudadano medio sea un salvaje feliz antes que un indómito contestatario.
Y veo la figura del Hermano Santiago. Y rezo por él sin ser creyente. Y creo que hacen falta muchos que den su vida por hacer que la juventud sepa más y, por tanto, tenga más posibilidades de elegir en libertad. Sit tibi terra levis, frater. Y a nosotros también.
Toni Cruz 